Calle de Arándiga.
Calle de Arándiga.
Jesús Macipe

Algunas noches nos reunimos a cenar varios amigos en el antiguo granero que ahora es nuestro refugio de Arándiga. 

Ocupamos lo que fue durante años el cine del pueblo. Desde la mesa de comedor, que siempre debe ser extensible, vemos en la pared las huellas de los grandes altavoces que hubo en su día a cada lado de la pantalla de cine. Luis aún recuerda aquellas sesiones, cuando Tomasín proyectaba y, a veces, tenía que ir en bicicleta a llevar el segundo rollo a la localidad de Chodes.

Tomasín era un hombre inteligente y muy trabajador que además del cine regentaba el baile, que estaba en la planta de abajo. Compraba discos carísimos para la época y en ese baile se forjaron muchas parejas de novios. También arreglaba y vendía televisores y toda clase de aparatos, y tuvo una panadería. Ya de mayor, se dedicó a construir maquetas de los edificios más importantes del pueblo y de barcos, que le llevaban miles de horas, las cuales apuntaba en un cuaderno. Tenía un don aquel hombre llamado Tomás Langa que trabajó hasta el día anterior a su muerte.

En las pequeñas localidades, con su sola voluntad y generosidad una persona especial podía cambiar el mundo. Yo no conocí ni el cine ni el baile, a Tomasín lo vi una sola vez y lamento no haber podido sonsacarle sus recuerdos y succionar tanta sabiduría. Del cine nos quedó un banco, la fila 7 (la de los cinéfilos), que tal vez él dejó como testimonio. Sobre ese banco, que Antoine restauró con cariño y colocó donde estaba la pantalla, acomodé siete macetas que lucen siempre verdes y muy hermosas.

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