Joaquín Sabina se quita el sombrero ante el público zaragozano durante su último concierto en la ciudad hasta ahora, el 11 de octubre de 2017.
Sabina
Toni Galán

Cada vez que vuelve Sabina, me alegra porque evita una despedida a mis rutinas sentimentales, que es una cosa que nos pasa a los que nos gustan los cantautores.

Película y gira, ahí es nada, para un tipo que, a pesar de la mala vida pasada, lleva teniendo la misma edad unos diez años. Sin embargo, esta nueva vuelta al ruedo del de Úbeda me está resultando un puntito más soporífera por aquello del guion; no el de León de Aranoa sino el del propio Joaquín. Lo vi en ‘El Hormiguero’ con Pablo Motos, que le disparó las preguntas de siempre otra vez, y claro, Sabina dijo lo de siempre: de las drogas, de la noche, de las canciones, de los versos, de las mujeres y de sus amigos. Sabina ha profesionalizado la entrevista como supongo que se automatiza la salida a un escenario en un día que no te apetece nada, con el mismo ‘set list’ pegado con cinta al suelo del escenario; tirar para adelante.

Hace años, en una entrevista con Luis Alegre en la extinta Antena Aragón, el músico se declaraba partidario de no dejar ni un duro de herencia a sus hijas en una declaración excesiva, "por principios", que iba tirada a una defensa cerrada de la igualdad de oportunidades. Eran los tiempos de una España valiente por la pasta, año 2003, una locomotora del ladrillo donde todo era un exceso y el futuro, de todo menos una duda. Aquello, con la crisis brutal que padecimos pocos años después, frenó; también a Sabina. El cantautor admitía que por ejemplo les dejaría su piso de Tirso de Molina, hablaba en otro tono. Él también se recogió de la fiesta del ladrillazo. Y lo ha hecho ahora, en recientes entrevistas, de su apoyo radical a "la izquierda", como si los sátrapas que se tapan bajo esa etiqueta realmente creyeran en el principio de igualdad o de reparto de la riqueza.

En fin, que Sabina evoluciona, para bien o mal, como evoluciona el mundo, sus circunstancias, las sentencias de Hacienda, con descaro, trampas, aciertos o mal tino. Pero es él mismo, contradictorio en un resquicio, espontáneo. Y lo prefiero así que profesionalizado y previsible; que bastante llevo ya en plena recuperación del ‘shock’ postraumático tras pagar los gastos de gestión de las entradas de su nueva gira. Me debe al menos unos bises de libertad, que es a lo que se acude en las canciones y en el autor que está detrás.

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