Por
  • María Pilar Clau Laborda

El miedo

Terrorífica noche de Halloween por medio mundo
El miedo
Agencias

Tengo muchos miedos. 

Unos son corrientes y otros tan insólitos que no me atrevo a mencionarlos, no sé si para que no me llamen cobarde o para no sembrar el pánico. Me da miedo hasta escribir un artículo titulado así, pero allá voy, a ver si así consigo ir liberándome de algunos. No he celebrado Halloween, ya supondrán el motivo; sin embargo, el próximo año no me lo voy a perder porque he leído que es una oportunidad para enfrentarnos al miedo. ¡Tiene un fin catártico! Ahora sé por qué soy tan miedica: ¡Nunca he celebrado Halloween!

De lo que se ve esa noche: brujas, vampiros, zombis…, lo que más me aterroriza son los zombis. Creo que no existen, pero mi imaginación no descarta nada. No lo sabemos todo y, dentro de lo que no sabemos, podría estar la existencia de los zombis. Quizá el miedo no sea a los zombis sino precisamente a lo que no sabemos. Por ejemplo, veo un perro que corre a lo lejos y lo oigo ladrar: yo no sé si viene a por mí ni sé si tiene intención de tirarme al suelo y morderme hasta matarme. No lo sé.

Mi sobrino Pablo me leyó el domingo un relato terrorífico que escribió para los deberes del instituto. Cuando él era pequeño y me confesaba sus miedos, yo le confesaba los míos (a que hubiera un león debajo de mi cama, por ejemplo) y él me daba consejos para quitarme esos temores que a él le parecían cosa de niños. Pablo tenía entonces ocho años y ya no le asustaban los sapos, como cuando tenía dos, lo que lo inquietaba era no saber si un amigo lo era de verdad. Los miedos mudan con el tiempo. No todos. Yo tiemblo siempre que algo me recuerda la película ‘Los crímenes del museo de cera’. La vi hace más de treinta años y no he olvidado las pupilas vivas y acechantes de un busto de cera. Hay miedos más o menos verosímiles; ninguno es agradable.

Sin miedo viviríamos de forma temeraria y nuestras vidas correrían graves riesgos. Lo escribo y me pregunto: ¿Más? Todo me parece ya tan arriesgado. El peligro forma parte de la vida. Lo malo es dejar que el miedo nos domine, que nos deje atascados. Mientras la mente lucha contra enemigos invisibles, nuestra creatividad y nuestros planes se congelan. El miedo nos pone en desventaja si huimos cada vez que asoma o si lo prolongamos de manera desproporcionada, pero si conseguimos moderarlo y actuar a su pesar, puede ser un compañero soportable.

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