Lengua aragonesa

Representación de Ana Abarca de Bolea.
Representación de Ana Abarca de Bolea.
DPH

Recientemente, sobre la lengua exclusiva e histórica de Aragón –el aragonés–, la administración central arrojaba un jarro de agua fría, al frenar el Ministerio de Educación, que encabeza la socialista zaragozana Pilar Alegría, el intento del Gobierno autonómico de regularizar a los 21 docentes interinos que imparten la materia.

Para el Ministerio, esa materia debería regularizarse por real decreto del Gobierno y eso solo afecta a las lenguas que son cooficiales y no a las modalidades lingüísticas protegidas, como es el caso del aragonés o del bable asturiano. Para la cooficialidad habría que modificar el Estatuto de autonomía y no es esa la intención. Que sea competencia de la Administración central no debe estar tan claro, como consta en informes de la Abogacía del Estado y como se entendía en las etapas de los ministros Wert y Celaá.

La realidad es que esa regularización no supondría coste económico extraordinario porque las enseñanzas ya se imparten. Se trataría de reconocer la lengua aragonesa como especialidad docente, para poder convocar concursos y poder incluir esas plazas en las plantillas orgánicas de los centros.

Ya en el 2015, en el Congreso de Lenguas y Culturas Europeas Amenazadas que se celebró en Huesca, la situación de la lengua originaria de esta tierra fue definida como dramática. Francho Nagore, uno de los veteranos luchadores por la pervivencia del aragonés, insistía en que cada vez hay menos hablantes, menos transmisión generacional y más deterioro de la lengua.

Aragón tiene una deuda con su antigua lengua, la lengua romance de la Península Ibérica que ha salido peor parada. Es responsabilidad únicamente de Aragón porque es la única lengua exclusiva de este antiguo Reino. Es una seña de nuestra identidad y, sin imposiciones, hay que preservarla con medidas concretas. Otras lenguas minoritarias, como el bable o el aranés, reciben mucho más apoyo.

El Monasterio de Casbas arrancaba en julio pasado como Centro de Interpretación del Aragonés. Lleva el nombre de Ana Abarca de Bolea, una de sus abadesas, que escribió en la lengua aragonesa. El centro quiere promover el aprendizaje y la divulgación. Cuenta con una exposición permanente, un recorrido histórico desde el siglo XIII hasta principios del XX. El monasterio se fundó en 1173 y estuvo habitado durante siglos por las monjas del Císter.

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