Por
  • M.ª Pilar Benítez Marco

Luz Gabás

Luz Gabás, firmando en la última Feria del Libro de Huesca
Luz Gabás
Rafael Gobantes

Recuerdo la primera vez que me hablaron de Luz Gabás. 

Fue mi amiga Carmen Castán un día que charlábamos de las hadas que sueñan apoyadas en el aire y escriben sobre sus alas de cera y tierra. Durante la conversación, me dijo que donde vivía, en el valle de Benasque, habitaban varias. Una de ellas estaba a punto de publicar una novela, ‘Palmeras en la nieve’, y me animó a que retuviera ese título. Probablemente por esa razón, la escritura de Luz Gabás, la historia de Jacobo, Kilian y Bisila, el relato de esas gentes del Pirineo que, desde principios hasta mediados del siglo XX, viajaron a Guinea Ecuatorial en busca de un trabajo y un salario imposibles de conseguir en España llegaron a mi casa.

Desde entonces hasta estos días en los que la autora ha conseguido el Premio Planeta de Novela, la literatura de Luz Gabás ha ocupado un lugar simbólico y emotivo en las estanterías de mi vida. Tal vez porque su obra consigue que la historia, investigada con detalle, siempre vuelva de ‘regreso a tu piel’. Quizá porque, en las oposiciones que plantea, resumidas en las antítesis de algunos títulos, ‘como fuego en el hielo’, se halla la transformación de los personajes y de los lectores. Acaso porque ‘el latido de la tierra’ acompañó a mi tía Purita en la etapa final de su existencia y fue para ella un canto contra la desesperanza. Seguramente porque la voz de Luz Gabás recuerda que hemos de controlar el síndrome emocional de la casa vaciada que algunos padecemos, para continuar avanzando. 

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