Por
  • Ángel Garcés Sanagustín

Francia 1-España 8

El Consejo Constitucional frustró en Francia el intento de establecer la inmersión lingüística en las lenguas regionales.
El Consejo Constitucional frustró en Francia el intento de establecer la inmersión lingüística en las lenguas regionales.
Ralli Benallou / Reuters

A finales del siglo XVI, Francia sobrevivía a las traumáticas consecuencias de las guerras de religión. Era necesario apuntalar el poder de los monarcas galos. 

Fue entonces cuando Juan Bodino articuló el concepto moderno de nación. Para él, la nación era una unidad social que compartía derecho, idioma y costumbres. Más de cuatro siglos después, la República francesa sigue fiel al ideario de Bodino.

En Francia, la denominada ‘Loi Molac’, aprobada en abril del año pasado, preveía unas medidas que podían suponer la generalización de la inmersión lingüística en los territorios donde persisten las lenguas regionales -entre ellas, el catalán y el vasco-. Un mes después, el Consejo Constitucional francés, en una irreprochable resolución de apenas siete páginas, frustró esta tentativa limitándose a invocar la Constitución francesa de 1958, cuyo artículo segundo establece: «La lengua de la República es el francés». El Consejo Constitucional zanjó sin titubeos cualquier veleidad que pudiera poner en entredicho la unidad idiomática.

Cabe recordar que el artículo 3.1 de nuestra Constitución establece una norma clara y concisa, que tampoco requeriría de farragosas interpretaciones. Dicho precepto establece lo siguiente: «El castellano es la lengua española oficial del Estado. Todos los españoles tienen el deber de conocerla y el derecho a usarla». Sin embargo, aquí no sirve para nada, pues la denominada pluralidad lingüística se convierte, en la mayoría de los casos, en un monopolio de la lengua regional, que termina excluyendo a la lengua común de las instancias públicas, incluido el sistema educativo.

Francia mantiene la uniformidad legislativa. En España, la quiebra de este principio no proviene tanto de la existencia de dieciocho parlamentos, aunque también habría que reflexionar sobre la cesión de algunas competencias o los privilegios históricos de algunas comunidades, como del incumplimiento de determinadas normas estatales del que alardean algunos dirigentes autonómicos. Nuestro ‘indigenismo’ ha recibido diferentes nombres: entre otros, derechos históricos o federalismo asimétrico.

En cuanto a las costumbres, cabe recordar que Francia reguló hace más de una década la prohibición del burka y el Consejo de Estado, máximo tribunal administrativo francés, avaló en junio de este año la prohibición del ‘burkini’ en las piscinas de algunas ciudades francesas. En España, cualquier costumbre es aceptada y fomentada, siempre que sea importada y no entronque con nuestra más ‘rancia’ tradición.

¿Cuántas naciones hay en España? El presidente del Gobierno titubea, aunque lo único que tiene seguro es que son varias. Más conciso fue su actual ministro de Cultura, Miquel Iceta, hace tres años, cuando, con ocasión de una entrevista en ‘La Razón’, concretó su número: «Las he contado. Según los estatutos de autonomía, ocho, y si sumamos el preámbulo de Navarra, nueve. Los estatutos de Galicia, Aragón, Valencia, Baleares, Canarias, Andalucía, País Vasco y Cataluña dicen que son nacionalidades, o nacionalidades históricas. Nación y nacionalidad son sinónimos».

Obsérvese que se encuentran todas aquellas que cuentan con lenguas propias y así se reconoce en sus respectivos Estatutos de autonomía. España es el Estado más plurinacional del mundo. En su reducido territorio conviven más naciones que en algunos continentes. En estos avatares políticos, ganamos por goleada a los ‘gabachos’.

Aún vivía Franco y a algunos de mis compañeros de colegio -muy pocos- los enviaban a campamentos de la OJE, organización que, en aquel momento, estaba vinculada a la Secretaría General del Movimiento. A mí, en cambio, me llevaban a Accous, una localidad próxima a Oloron-Sainte Marie, donde existía un albergue estival para niños. El centro estaba promovido por el principal sindicato francés, la CGT, muy vinculado por aquel entonces al Partido Comunista galo.

Ahí aprendí el único himno que me sé y que he cantado, ‘La Marsellesa’. Malditos jacobinos.

Ángel Garcés Sanagustín es profesor de universidad

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