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  • Ángel Garcés Sanagustín

La espada y el nogal

Restos del club el Nogal de Bogotá tras la explosión de un coche bomba, colocado por las FARC, el 8 de febrero de 2003.
Restos del club el Nogal de Bogotá tras la explosión de un coche bomba, colocado por las FARC, el 8 de febrero de 2003.
Efe

La segunda mitad del siglo pasado alumbró el auge de la literatura hispanoamericana y algunas de sus más excelsas obras se encuadraban en la corriente literaria que se denominó ‘realismo mágico’.

 Sin embargo, creo que estoy en condiciones de afirmar que muchas de sus narraciones son puro realismo. Podría relatar historias que presencié o me contaron en Colombia que bien podrían situarse en el imaginario de Macondo.

A finales del verano de 2002, hace ya veinte años, fui invitado por la Universidad Militar Nueva Granada a impartir unas conferencias en Bogotá. El nombre de la entidad puede resultar engañoso, ya que obedece a su fundación por militares retirados. Es una universidad pública de carácter civil a la que acuden los jóvenes de las clases más modestas de la capital. Coincidí en dicho curso, cuyo desarrollo motivó una reseña en el periódico ‘El Tiempo’, con el profesor Franck Moderne, catedrático de la Universidad París 1, conocida como la Sorbona.

El rector de la universidad era el mayor general Sanmiguel Buenaventura, un militar retirado de finos modales y porte de actor hollywoodiense. Acudíamos a cenar a un club llamado el Nogal. Con sus esculturas de bronce y sus refinados muebles, con su selecto servicio y su genial pianista, era quizá el último club criollo de América Latina. Desde su acristalada última planta, la ciudad parecía dormitar ajena a los humores que la gangrenaban.

Además del rector, solían acudir a cenar el decano de Derecho con su mujer, hija de un expresidente colombiano, y la mulata jefa de estudios, casada con un cubano. Todos ellos habían adoptado a varias niñas de los orfanatos. El ambiente del local bien podría ser calificado, por su carácter burgués, de ‘bolivarista’, que no de ‘bolivariano’. Aunque soy muy injusto con ellos, dado que el ‘libertador’, fundamentalmente de criollos, era un terrateniente poseedor de esclavos, que no soportaba a los indígenas.

Álvaro Uribe, con el movimiento Primero Colombia -curioso nombre, que se adelantó al ‘trumpismo’-, acababa de ganar las elecciones presidenciales, lo que implicaba la ruptura con el sistema tradicional de partidos. Hoy, América Latina es un continente en el que muchos países se encuentran ‘en vías de subdesarrollo’, siguiendo la senda que marcó inicialmente la Argentina idealizada por Echenique.

Aunque le pese al adanismo, y con todas sus imperfecciones, Venezuela y Colombia han sido sistemas democráticos con anterioridad a Chávez o Petro. Venezuela llegó a ser gobernada en los años ochenta por Acción Democrática, cuyo líder, Carlos Andrés Pérez, fue vicepresidente de la Internacional Socialista.

Pero volvamos a la Bogotá de hace veinte años, cuando la espada cercenó el nogal. Una noche, a la salida del Club, se acercó una risueña cría con dos muñones en lugar de las manos. Como tantos otros niños de la calle, intentaba vender cosas que me parecían inútiles (lápices de colores, baterías de móvil…). Desde la parte posterior del coche, observé que, sentados en la mediana de la avenida, compartían las viandas que les habíamos dejado en bolsas.

De vuelta en España, cavilé sobre cómo ayudarla. Pero no hubo lugar. En el atardecer del 7 de febrero de 2003, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo colocaron un ‘carro-bomba’ en el ‘aparcadero’ del Nogal, cuando se celebraba una fiesta infantil. La explosión provocó un profundo cráter y derribó la fachada. Con ella cayó el muro que separaba a la Colombia rica de la pobre. Murieron treinta y seis personas y más de doscientas resultaron heridas. Los ‘nuevos libertadores’ habían logrado, al fin, igualar a los niños ricos y pobres. Lástima que fuera en la desesperación, la mutilación y la muerte.

P. D.: Cuando regresé a España, pernocté en Madrid. Cené con unos amigos y la conversación se centró en los excesos de la boda de la hija de Aznar en el Escorial. Cuando me acosté, pensé que, por fin, había regresado a la ‘civilización’.

Ángel Garcés Sanagustín es profesor de Universidad

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