Por
  • Inocencio F. Arias

La espada y la ley del embudo

La espada de Bolívar, exhibida durante la toma de posesión del presidente de Colombia.
La espada de Bolívar, exhibida durante la toma de posesión del presidente de Colombia.
Mauricio Dueñas Castañeda / Efe

Tengo curiosidad por saber por qué el rey Felipe permaneció sentado al paso de la espada, real o falsa, de Bolívar.

 Me inclino a pensar que lo hizo inconscientemente. No había sido advertido de que desfilaría el adminículo, no se trataba de la bandera nacional colombiana, y otros dignatarios tampoco se levantaron en ese momento. Por otra parte, el Rey, como comprobé cuando viajaba con él, no tiene nada de desafiante. No creo que estuviera recogiendo el guante de los desaires que recibe en Iberoamérica ahora que está allí de moda ultrajar nuestra historia con un presentismo cateto y demagogo, aplicando juicios de valor del siglo XXI a hechos del XVI. Don Felipe y su padre han sido muy caballerosos con los personajes históricos de aquellos países, incluso con los que, como Bolívar, hicieron a los españoles canalladas.

La Corona y España se han significado generosamente con un personaje cruel y sanguinario. Hace tiempo que pasamos página con un hombre que violó abyectamente las leyes de la guerra cuando luchaba contra las tropas realistas. Muchos de sus decretos de guerra, mandando «decapitar a todos los presos españoles y canarios» o premiando a quienes presentaran las cabezas de cien españoles, podrían igualar la brutalidad de Nerón o Atila.

Bolívar podría ser considerado un genocida si lo juzgamos con criterios del siglo XXI. Sin embargo, ha sido honrado con frases elogiosas por don Juan Carlos y seguro que nuestro actual monarca habrá participado en actos que alababan su memoria en los 77 viajes que ha hecho a Iberoamérica. También los presidentes del gobierno español lo han ensalzado. Lo vi en el último desplazamiento de Suárez a América: fuimos a Colombia a honrar sin remilgos a Bolívar. Además, una estatua del despótico Libertador fue erigida en el parque del Oeste madrileño en la era de Franco.

Si el rey Felipe no se levantó al paso de la supuesta espada de Bolívar no fue para responder con un desplante a quienes vejan a los españoles con calificativos impropios. Por respeto a los sentimientos y creencias de muchos hispanoamericanos, nunca ha dado a entender que Bolívar fue un sujeto vidrioso, implacable y cruel, y no tan valiente ni tan buen estratega como cuenta el mito. Marx lo calificó poco menos que de farsante. Y, por cierto, cuando tuvo Bolívar que abandonar Venezuela ante la hostilidad de sus compatriotas, buscó refugio en Colombia en la finca de un español, al que habría apiolado sin vacilar pocos años antes.

No pocos españoles de hoy habrían aplaudido que el Rey permaneciera sentado ante la espada con intención. Sin embargo, podemitas e independentistas aprovechan la anécdota en su obsesión interesada por socavar a la monarquía frente a un Rey que da ejemplos constantes de sensatez y de respeto a la Constitución.

Y en cuanto a las voces, tampoco muy abundantes, que han surgido en Iberoamérica, pensemos en lo que habrían hecho algunos mandatarios de aquellos países si en España hubiésemos organizado actos como el de la espada (en la Conferencia de 1991 sobre Oriente Próximo en Madrid, se retiró del Palacio Real cualquier objeto que pudiera resultar ofensivo para los árabes). ¿Qué pasaría si en su visita a España López Obrador se encontrara dando un discurso debajo de un llamativo estandarte de Hernán Cortés? Abandonaría la sala y bravuconearía diciendo que iba a a romper relaciones porque se había humillado a México. Diría que los españoles eran unos ‘gachupines’ presuntuosos, explotadores como nuestras empresas. Y no se avergonzaría de que, doscientos años después de la independencia, México tenga que llevar médicos cubanos porque los suyos no quieren ir a ciertas zonas. ¿Qué haría el peruano Castillo si lo sentáramos junto a una estatua de Pizarro y le dijeran que se quitara el sombrero por respeto a un conquistador egregio?

La colonización española resiste favorablemente la comparación con las de otros países. Y aunque el Rey no debe manifestarse, ya es hora de que les digamos, no ya a los podemitas, maestros de la ley del embudo, sino a nuestros hermanos iberoamericanos que nos dan la matraca con las tropelías de nuestros generales o virreyes, «que sí, que fueron un tanto brutales, pero que para despiadado, Bolívar o para caníbal, Moctezuma. Esos sí que eran fenómenos».

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