Leer y leer

Libros en la biblioteca del Trinity College de Dublín.
Libros en la biblioteca del Trinity College de Dublín.
Christal21

El tiempo quiere transcurrir más lento una de esas tardes de verano diseñadas para la lectura. 

El calor es sofocante. Intento leer tumbada en el sofá, de medio lado, con el codo derecho apoyado en un cojín. Me acuerdo de Juan Carlos Onetti, que pasó los últimos quince años de su vida en esa postura. Recostado, más que tumbado, escribía, fumaba y bebía whisky de mala calidad. Hace años vi una pequeña escultura que lo representaba en esa postura tan suya. Pero yo no aguanto mucho rato y acabo sentada con los pies encima de una mesa baja. Estoy inmersa en una tarea que ya me resulta imposible antes de comenzarla. Me propongo leer, por fin hasta la última página, el Ulises de Joyce. Para tal propósito me he comprado la guía de Eduardo Lago “Todos somos Leopold Bloom. Razones para (no) leer el Ulises”. Me temo que soy de ese tipo de lectores que, según el propio Lago, “en algún momento habrán empezado a leer el libro con la mejor de las intenciones, viéndose obligados a desistir del empeño”. Lo empecé a leer en inglés cuando estudiaba Filología Inglesa y ahora he comprado la traducción de José Salas Subirat para facilitarme la tarea. De primeras me da mucha pereza porque leer, para mí, es una actividad contraria a cualquier esfuerzo. Si no lo conseguí cuando era joven, ¿cómo lo voy a lograr ahora? Quisiera retrasar el reloj 350.400 horas y volver al verano en que leí “En busca del tiempo perdido”, y leí “Viaje al final de la noche” y “Bajo el volcán”. Y no quería salir de mi encierro porque era feliz en una otomana donde podía leer en cualquier postura

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