La España apagada

El Ayuntamiento de Zaragoza ya redujo hace meses el funcionamiento del alumbrado público.
El Ayuntamiento de Zaragoza ya redujo hace meses el funcionamiento del alumbrado público.
Toni Galán / HERALDO

Recuerdo haber visitado alguna capital de los entonces llamados ‘países del este’, como Praga o Budapest, cerradas y a oscuras al anochecer, no sé bien si por pobreza energética o por imposición gubernamental.

 Pero era algo tétrico deambular por aquellas calles oscuras, apenas iluminadas, sin tiendas, escaparates o anuncios luminosos, sin apenas transeúntes ni vehículos, como si un toque de queda estuviera en vigor desde las ocho de la tarde. Salí de aquel mundo apagado por Viena, todo luz, música, alegría y me sentí europeo. Recuperé el resuello; como en España, me dije.

No sé si este invierno voy a poder decir lo mismo, cuando estén en plena vigencia las normas que se están dictando y las que probablemente se dictarán sobre esos delicados asuntos de las temperaturas e iluminaciones a las que nos tenemos que ir acostumbrando. Pero estoy seguro de que España será distinta y los españoles seremos más mustios y acobardados. ¿Se imaginan nuestras calles completamente a oscuras, con las luminarias al 50%, sin las luces de los escaparates de tiendas y bares, sin una fachada o monumento singular iluminado? Se nos va a imponer la oscuridad de la noche prematura, se nos va a invitar -¿o a obligar?- a recluirnos en casa con el abrigo puesto y quiera Dios que no sea necesario encender las velas que ya teníamos olvidadas. Recuerden que hace años un alarde de la tecnología del frío consiguió climatizar los cines a 22 grados centígrados, y eso era un reclamo para estar fresco un par de horas; ¿qué será de nosotros si ahora nos bajan a 19 porque la calefacción no debe superar esa cifra caprichosa? ¿O acaso tiene alguna base científica esa precisa limitación?

¿Qué está pasando? ¿Qué va a pasar? ¿Qué sabe el Gobierno, que nosotros no sepamos, para ponerse así en el mes de agosto y anunciar todas esas medidas de ahorro, contención, precaución o como quieran llamarlas? Y cuidado con la letra pequeña. Habrá que estudiar para entenderla, porque haberla, hayla.

Nos van a dejar España a oscuras, y esto ya no será lo mismo. Un escalón más que vamos a bajar los españoles en nuestra autoestima y que afectará sin duda a nuestras costumbres y hasta a nuestro estado de ánimo. A este paso no nos va a reconocer ni la madre que nos trajo al mundo.

El alcalde de Vigo, ese hombre amable y cercano, el del millón de bombillas por Navidad, puede obtener una bula para encender de forma efímera sus lucecitas y contentar así a sus paisanos; pero cuando se vayan los Reyes (me refiero a los Magos de Oriente) volverá la oscuridad a su ciudad, como volverá a todos los rincones de esta oscura piel de toro.

¿Será suficiente el esfuerzo? ¿Valdrá la pena? ¿Aprovechará una Europa a oscuras nuestro sacrificio en aras de una solidaridad continental y mantendrá en marcha los mínimos económicos de supervivencia? ¿Resistirá?

De momento, y esperando que las cosas no se agraven aún más, preparémonos para vivir en una España a oscuras, apagada. Parece que no hay otro remedio. Y vayan tomando nota, que no es broma.

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