Por
  • María Pilar Clau Laborda

Ser humanos

Incendio de Laluenga.
Ser humanos
Heraldo

Nadie los llamó. Fueron ellos, fue cada uno de ellos quien, al advertir el humo, se puso en marcha y acudió a Laluenga a sofocar el incendio que amenazaba con llegar al pueblo. 

No pensaron "ya lo apagarán los bomberos, el helicóptero…", sino que cada uno tomó el control de sí mismo y de sus medios y no espero a que nadie decidiera por él. Cada uno creyó en sí mismo, en su capacidad, en la oportunidad de hacer algo por los demás, por la tierra, por el planeta. Y a los agricultores de Laluenga se fueron sumando los de Laperdiguera, de Berbegal, de Barbuñales, de Pertusa, de Lacuadrada y de Torres de Alcanadre. Cada uno con su tractor plantó cara al fuego y labró y labró donde era necesario para que las llamas no alcanzaran al pueblo. No solo tuvieron el brío de acudir, de labrar… tuvieron además el coraje de aceptar lo que ello implicaba: las necesidades imprevistas, el riesgo.

La tensión, el miedo y la tristeza de los vecinos de Laluenga fueron transformándose en gratitud y en esperanza conforme veían llegar los tractores. Al lado del fuego vieron a una comunidad a la que le importan los demás.

Hubo un incendio en Laluenga y muchas personas lo percibieron y actuaron. Cada uno eligió lo que quería hacer y todos se unieron, fueron capaces de ser uno y de frenar el fuego. Personas distintas que sienten que forman parte del camino del otro, se arropan, se dan la mano y se levantan.

Cuando apagaron el incendio y los de Laluenga agradecían su ayuda a los de los pueblos vecinos, algunos respondían: también vosotros lo hicisteis por nosotros. La comunidad es el espíritu que a veces olvidamos. La humanidad personal está atada a la comunidad. Todos somos uno. Es la esencia de ser humanos; sentirnos oprimidos cuando oprimen a otros, amenazados por el fuego cuando el fuego amenaza a otros.

El incendio no llegó al pueblo, pero quemó el huerto de mi tío Joaquín, un huerto fértil, extenso y frondoso donde cultiva las mejores berenjenas y toda clase de hortalizas. También la gratitud de mi tío era más fuerte que su pena. Además, le conforta saber que el huerto evitó que el fuego llegara al almacén, al grano y a la maquinaria, lo que habría supuesto una pérdida mucho mayor y habría complicado la extinción del incendio. Ahora tiene un nuevo reto por delante, recuperar el huerto, y lo afronta con ilusión.

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