Por
  • Pablo Guerrero Vázquez

Septiembre

Imagen de archivo de estudiantes preparando los exámenes de la Evau.
Septiembre
Gervasio Sánchez | Raquel Labodía

Quizás no tenga perdón pensar en septiembre a estas alturas de julio, cuando el verano apenas ha despuntado y todavía es lícito creer que las vacaciones no tendrán un final. 

En julio, pudo haber escrito Machado, siempre es todavía: nada está escrito y nada impide, durante sus cálidos atardeceres, fantasear con planes y aventuras. Ciertamente, no hay septiembre que no llegue con su "¡oh, Dios mío!" –Kase.O ‘dixit’–, pero precisamente por ello el séptimo mes es un estado de ánimo maravilloso que, de no estarlo, debería declararse patrimonio de la humanidad.

De hecho, en el ámbito universitario, julio está en peligro de extinción y cada vez son más los centros que adelantan sus tradicionales exámenes de septiembre a las primeras semanas de verano. En la Universidad de Zaragoza, por ejemplo, este año será el último septiembre de verdad y, el curso que viene, el primer trampantojo de julio.

La medida difícilmente beneficiará a aquellos alumnos responsables para los que, aunque julio sea julio, agosto es estudio. Tampoco a quienes tengan pendiente asignaturas del primer cuatrimestre. Y mucho menos ayudará a aquellos que, por compaginar loablemente estudio y trabajo, se dejan asignaturas para la segunda convocatoria. Académicamente, se dice que las notas de ‘julios’ y ‘septiembres’ son similares, pero cabe sospechar que esta equiparación también puede explicarse por una rebaja –una más– del nivel de exigencia en la corrección. Septiembre, aún no has llegado, pero ya hay quien te añora.

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