El primer marxista en Zaragoza

El primer marxista en Zaragoza
El primer marxista en Zaragoza
Lola García

Lo cuenta a la BBC Juan Manuel Aragüés: "Van al cine, se compran un dulce en una pastelería, caminan y cuando regresan a su casa, se suicidan". 

Hace frío. Es el 26 de noviembre de 1911 y ocurre en un pueblo cerca de París. Ella, Laura, tiene 66 años y es hija de Carlos Marx. Él, su marido, tiene 69. Se llama Paul Lafargue, nacido como Pablo en Santiago de Cuba (España), hijo de una mulata hispanocubana y de un judío francés. Su suegro se refería a él, para zaherirle, como ‘el negro’ y le reprochaba su fogoso cortejo ‘criollo’ a Laura. De acuerdo con ella, esposa amada y eficaz colaboradora, dejaron preparada comida y bebida para Nino, su perro, se acostaron y se suicidaron con cianuro. Él dejó una nota con la explicación: "Sano de cuerpo y espíritu, me mato antes de que la implacable vejez, que me roba uno a uno los placeres y alegrías de la existencia y me despoja de mis facultades físicas e intelectuales, paralice mi energía, rompa mi voluntad y me convierta en una carga para mí y los demás". Era médico y sabía de qué hablaba. A las pocas horas, el jardinero descubrió la triste escena.

No era una pareja desconocida: el cortejo fúnebre que se organizó hasta el consabido cementerio parisino del Père Lachaise reunió a más de diez mil personas. Y el orador principal ante las tumbas fue Lenin, aún no tan mundialmente famoso como lo sería seis años después, pero ya importante líder comunista (si bien su partido se llamaba todavía Social Demócrata Obrero). A su muerte, el influyente y luminoso Eduard Bernstein, acaso el padre más notorio de la socialdemocracia ‘stricto sensu’, definió a Lafargue como "el líder intelectual más importante del socialismo en Francia". Lo admiraba mucho y se percató de un hecho que, para Lafargue, no fue circunstancial: "La conciencia de que descendía en parte de miembros de razas oprimidas [...] parece haber influido en su pensamiento desde el principio".

Así era. Sus rivales lo criticaban por su feminismo y por la inferioridad de su raza. Respondió, de una vez por todas, en un artículo que firmó, retadoramente, como "Paul Lafargue, mulato". Reivindicaba su condición étnica: "Nos lanzan a la cara como un insulto la expresión ‘hombre de color’. Es nuestra tarea como mulatos revolucionarios asumir tal designación y demostrar que somos dignos de ella. Radicales de América, ¡haced del ‘mulato’ vuestro grito de guerra! Porque denota miseria, opresión, odio. ¿Sabéis de algo más hermoso?".

Las tres hijas de Marx fueron colaboradoras de su padre y la segunda, Jenny Laura, correligionaria y esposa del judeofrancés Paul Lafargue, nacido en la Cuba española

Derecho a la pereza

La visión lafarguiana de las tesis de Marx (y de Engels), compartida por Laura, molestaba al autor del inconcluso ‘El capital’, que tildaba sus versiones de simplificadoras y rudimentarias, de forma que llegó a decirles: "¡Si eso es el marxismo, yo no soy marxista!".

Lafargue era un activista nato, dotado y vocacional. Y tan provocador como para escribir un librito de éxito que tituló ‘Derecho a la pereza’ (aún se reedita), para llamar la atención sobre aspectos menos asentados del tópico obrero, que se ceñía –según él, en exceso– al derecho al trabajo.

Los Lafargue se integraron en la I Internacional de los Trabajadores, en París. La extendieron por la Gironda, tras la derrota de Francia (Napoleón III) ante Prusia (Bismarck), apoyaron a la Comuna revolucionaria en 1871,y, caída la Comuna, escaparon a España, con sus dos hijos. Uno murió en Bagnères y el otro, en Madrid. Entrados por Arán, Lafargue acabó preso en Huesca. No se concedió a Francia su extradición porque, técnicamente, ‘Pablo’ Lafargue era español. Libre y en Madrid, la pareja fue decisiva en la organización de la izquierda obrera revolucionaria: eran los mensajeros del creador de la Internacional y tenían contacto familiar y doctrinal con Marx y Engels. Lafargue parecía estar por doquier: escribía en ‘La Emancipación’, periódico del internacionalismo español, y se ganaron a varios líderes, incluido Pablo Iglesias Posse, fundador luego del PSOE (1879) y la UGT (1888).

La rama española de la Internacional, recién ilegalizada en enero, celebró su segundo congreso clandestino en Zaragoza, en abril de 1872. Y aquí vino Lafargue, a reñir una batalla que perdería, frente a la mayor pujanza del anarquismo. En Zaragoza nace la escisión que, al poco tiempo, generaría una organización marxista en Madrid, Nueva Federación Madrileña, germen del PSOE. Para alguien tan caracterizado como Juan José Morato, directivo y memorialista del primer socialismo español organizado, fue Lafargue quien, en realidad, puso el cimiento del PSOE.

Español y francés, masón, mestizo, convincente, operativo, exiliado en Londres, buscado por la gendarmería, preso en España, instruido, ‘gourmet’ e ingenioso, si Giuseppe Fanelli trajo a España la poderosa levadura del anarquismo, fue Lafargue el más eficaz difusor del recién nacido marxismo en nuestro país.

Hace ahora siglo y medio, paseaba por Huesca y Zaragoza. 

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