Callejón de las Once Esquinas

15 de marzo de 2020. La calle Alfonso de Zaragoza vacía tras decretarse el estado de alarma.
Callejón de las Once Esquinas
Guillermo Mestre

A José Luis Rodríguez al que debo un trabajo sobre Hegel

No encuentro nada. Tampoco busco. A ratos sí. Pero nada, ni buscando. 

A veces le pido ayuda a San Antonio, que siempre acude, es mejor que Google. Cosas extraviadas, quizá ideas en el olvido, algo nuevo. Todo eso que compone el mundo más imaginario que real. Por cierto, quería decir que en la calle Alfonso I de Zaragoza hay un sitio donde la temperatura baja unos grados con sólo adentrarse tres pasos. Antón Castro puede dar fe, pues se lo acabo de mostrar. ¿Dónde es? En efecto, el Callejón de las Once Esquinas, que comunica la calle Alfonso I con la calle Santa Isabel (de Portugal). En tiempos tuvo once esquinas, de ahí su nombre; ahora es una “L” de modo que al atravesarlo experimentas un salto de caballo. No hay que recorrerlo todo para sentir cómo baja la temperatura, basta con aventurarse un par de metros en ese desfiladero y ya afloja el calor. Además, se ve pasar a la gente de perfil, pues casi nadie repara en el callejón. Dos mundos a tres pasos. Diríase que el callejón no existe, igual que ya no existen las once esquinas que le dieron nombre. A usted se lo digo, por si pasa o pasea por ese tramo, ya sea ensoñativa o virtualmente, o en modo carnal, y quiere rebajar el sofocón, atisbar otra perspectiva o –ya para nota–, remansar el tiempo y reencontrarnos sin límites. Y con esta modesta exclusiva térmica relleno este columnario estival: disculpen la estrechez de miras, que achaco al propio callejón y su influjo en mi recocida sesumbre. 

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