Agustina... ¿y cuatro más?

El cañonazo de Agustina de Aragón
Recreación del cañonazo de Agustina de Aragón
Guillermo Mestre

Ayer, 2 de julio, hizo años de la gesta de Agustina Zaragoza. Nadie duda de su valor, pero sí de los detalles del hecho. Hay dos expertos en los Sitios de Zaragoza que no son historiadores de oficio, pero cuya erudición es difícil de superar. Uno, artillero, es José A. Pérez Francés, que ha publicado obras muy informadas sobre esa guerra. Otro es Luis Sorando, autor de cuidados libros de vexilología y uniformología y a él debo la pista que genera este relato a partir del Archivo Municipal de Zaragoza. Se trata de un segundo catalán (Agustina lo era) que también estuvo en la ocasión famosa.

Muchos años después de concluida la guerra de la Independencia (1808-1813), escribe un carretero catalán, que estuvo «entre los leales e impertérritos zaragozanos en los dos heroicos como memorables sitios con que se distinguió la inmortal Zaragoza por salvar la Patria, Libertat e Independencia». Tras este solemne preámbulo, cuenta cómo estuvo entrando y saliendo de la ciudad con suministros y surtiendo las baterías, «con el entusiasmo que inspira el amor patrio». Movilizado, «destináronme a la Artillería, donde, cargado de municiones o víveres», iba y venía de acciones de guerra. Pudo entrar de regreso en Zaragoza sólo un día antes de que comenzase el sitio.

«Yo soy –dice– aquel catalán que estuve siempre ocupado sirviendo durante los dos sitios en proveer de víveres y municiones a todas las baterías que se construían». Y el 2 de julio estaba en el Portillo. «Sí, Señor: tan luego como llegó a mi aviso el fuego que sostenían los valientes en la dicha batería, me determiné impávido, con el carro provisto de municiones que cargué en San Juan de los Panetes, y bajando por el arco de la Cárcel encontré en tropel hombres, mujeres, ancianos y niños, y me dijeron: -¿Catalán, dónde va Vd.? -Al Portillo. -No vaya, que han volado la batería y la gente que la defendía ya no existe (…) La caballería e infantería enemigas van degollando a toda la gente (…) Y yo, solo, sin arredrarme, me atreví a costa de mi vida a seguir por ver si podía salvar aún a los que quedaban (…) llegando tan a tiempo que no encontré ya más defensores que un teniente coronel, dos paisanos y una mujer. No tenían ningún cartucho. Con valor, serenidad y prontitud todos cinco: yo a cargar; los paisanos a atacar [apretar la carga por la boca del cañón con el atacador] y la heroica mujer de un sargento que murió al volar la batería (...) dio fuego al cañón de a 24. Cargado de balas de fusil, contuvo al enemigo que se encontraba ya en el foso y escalando (...) Mientras, iban llegando los paisanos, armados y sin armas; los disparos consecutivos dejaron el campo cubierto de cadáveres enemigos. V. E. recordará este hecho memorable por el cual se salvó Zaragoza en su primer sitio por la oportunidad de llegar las municiones».

El bravo catalán

Riera hizo mucho más: ese mismo día, en La Muela; luego, en Cinco Villas y Tudela. Estuvo en el segundo asedio y volvió a su Cataluña natal tras la rendición de la ciudad. Como otros defensores, ganó la ‘nobleza personal’, pero extravió el, para él, tan estimado documento y pedía a Palafox un duplicado. «Por la pasada lucha que tantos sacrificios ha costado, hemos vuelto a nuestra libertad e independencia». Un hijo suyo había sido reclutado para la guerra carlista de 1833 a 1840; y le consolaría recuperar el diploma, para que el orgullo patrio le ayudase a llevar «con resignación las pérdidas sufridas de todo su patrimonio por los facciosos, en esta (nueva) guerra desastrosa que felizmente terminó». Y firma, con letra senil, pero clara.

Palafox, para entonces poderoso, duque de Zaragoza, senador y capitán general, le concedió lo pedido, pues fue testigo «de los generosos y valientes servicios que rindió a la causa santa de la libertad e independencia nacional –así la llama– Francisco Riera, vecino de Vendrell, del Principado de Cataluña, que hallándose en la heroica Ciudad de Zaragoza durante sus asedios, se ocupó con sus carruajes y caballerías a llevar municiones y pertrechos, con particularidad en el incendio y destrucción de la brillante batería del Portillo, en que fue uno de los muchos que se encontraban aquel día de gloria para los españoles en la obstinada defensa de tan importante punto, que regado con la sangre de casi todos sus valientes defensores, salvó impávido las municiones que sobraron, libertándoles con los heridos que pudo, burlando así la vigilancia de los enemigos y abasteciendo sin descanso y con la prontitud más admirable, otros puntos que sostenían aquel precioso reducto hecho ya un montón de escombros y cadáveres».

Palafox no estuvo el 2 de julio en Zaragoza hasta atardecido, pero eso es otra historia. El caso es que según Riera, había un jefe militar y dos paisanos con Agustina en el cañón. Riera yerra en lo del marido muerto (¿o sería uno que pasaba por tal?). ¿Errará en algo más? Pero es posible igualmente que sea todo cierto.

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