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  • Cartas al Director

"Atención al paciente: vuelva otro día"

Logotipo del Servicio Aragonés de Salud.
Logotipo del Servicio Aragonés de Salud.
Laura Uranga / HERALDO

El día 2 de este mes fui, dirigida por mi médico, al servicio de urgencias del hospital Miguel Servet.

 Acudí a mi médico de atención primaria porque tenía las piernas muy inflamadas; ante la posibilidad de que pudiera tener un trombo, me remitió a urgencias. A las 9.30 de la mañana entré en el Servet y el trato en urgencias, en principio, fue correcto, siguiendo el protocolo. Una vez cumplido este, me subieron a una sala de espera y allí estuve, sentada en una silla de ruedas, hasta las cinco de la tarde, con la ropa del hospital, la vía en el antebrazo, sola y con mis 83 años encima. Así hora tras hora sin que nadie supiera darme una explicación. Mientras, otros pacientes entraban y salían, supongo que con su diagnóstico. Como nadie sabía decirme qué es lo que hacía yo allí, decidí ponerme mi ropa y salir en busca de un médico. Lo encontré en el pasillo y me atendió, me dijo que mis pruebas no habían llegado y por lo que conocía me era suficiente cambiar la medicina de la hipertensión, me dio mi expediente y me fui. Pero consideré que cerca de ocho horas olvidada, esperando que alguien se ocupara de mí, era suficiente como para exponer una queja. Bajé al servicio de Atención al Paciente y, aunque no había nadie esperando, la señorita que me atendió me dijo que, previa cita, volviera otro día; y esto es lo que más me indignó y por eso escribo esta carta. Que a una señora mayor, sola, después de estar cerca de ocho horas esperando, sin haber podido comer ni tomar un vaso de agua y estando como estaban, aparentemente sin hacer nada, decirme que volviera otro día tiene el sentido de que, pasado el disgusto y el malestar por el trato recibido, no esperaban que tuviera ganas de volver por ahí, con lo cual, una queja menos, una orden cumplida y una estadística favorable. A los doctores, mi agradecimiento.

María Luisa Irurita Pablos

ZARAGOZA

Luchar contra el cáncer

Mi marido tiene cáncer de colon y metástasis en todo el hígado. Su cáncer es muy agresivo por culpa de una mutación específica del gen BRAF. El magnífico personal sanitario que lo trata nos comenta que en Estados Unidos y en muchos de los sistemas sanitarios de los países de la Unión Europea se está aplicando un tratamiento para intentar combatir esta mutación. La farmacéutica fabricante de este producto lo presentó en la Agencia Española de Medicamentos, pero sigue sin su aprobación. Mientras tanto, hay comunidades autónomas, en este país, que lo están aplicando a sus enfermos… pero no en Aragón. Agradeceríamos que el Gobierno de nuestra comunidad amparara este medicamento para los enfermos de cáncer, que se agarran a la vida, pero no tenemos recursos materiales suficientes para desplazarnos a otra comunidad. Dentro de unos meses, cuando mi marido haya fallecido, nuestras hijas adolescentes y yo nos preguntaremos que por qué vivir en Aragón hace más difícil sobrevivir al cáncer y esa falta de equidad entre unas comunidades y otras haga tener más posibilidades a unos que otros. También desde aquí quiero llevar mi solidaridad a aquellas personas a las que les diagnostican esta enfermedad en pueblos y zonas alejadas de las ciudades, desde donde llegar a su tratamiento requiere de gran esfuerzo y valentía.

Rocío Mercadal Miramón

ZARAGOZA

Aquel Seiscientos

El Seat Seiscientos aparcado en la calle relucía como una guinda confitada. Su color rojo destacaba en un descampado junto a otros coches. Para mi tío, de costumbres rectas, salido pobre de la posguerra, representaba una gran adquisición. Cuando regresaba del trabajo, salía del coche con un trapo y un plumero, con los que quitaba el polvo recogido en el camino. Con la mano abierta palmeaba el capó, agradeciéndole lo bien que se portaba su ‘Marcelino’, que así llamaba a su coche. A continuación desmontaba el volante y se lo subía a casa debajo del brazo, por seguridad. Acostumbraba programar excursiones el fin de semana con la familia en el Marcelino y a mí me invitaba. Mi tía preparaba las viandas en neveras y añadía un hermoso jamón. Todo cabía en el maletero del coche. Temprano emprendíamos la excursión, mis tíos, mi prima y yo. El Marcelino se recalentaba en las cuestas o al cabo de varios kilómetros. Una gran nube de humo envolvía entonces el coche. Salíamos corriendo pensando que se incendiaba. Mi tío sacaba un bidón de agua, levantaba la tapa del chasis que cubría el motor y a hisopazos conseguía que desapareciera el humo. Mi tía proponía aprovechar la parada en un lado de la carretera para almorzar un cacho de jamón y un trago de vino. Bien almorzados, con el Marcelino fresco, reemprendíamos la excursión. Mi tío solía gastar bromas a los familiares si los visitaba en otra ciudad. Les telefoneaba desde un bar cuando estaba cerca y decía que en ese momento salía de viaje, para presumir de velocidad, y a los diez minutos se presentaba riéndose del engaño.

Pilar Valero Capilla

Zaragoza

Contra el maltrato en la vejez

La infancia es como una esponja en la que todo cabe y la lluvia de estímulos del exterior se va captando. Por el contrario, en la vejez se hace esa esponja neuronal como un pedernal, se van secando los recuerdos y endureciéndose nuestra plasticidad cerebral. Ahora vivimos más años, pero no sé si más confortables. La vejez es como una fotografía que se ha decolorado y se queda en blanco y negro, el carácter suele cambiar o se endulza o se avinagra, según la aceptación de las enfermedades, la ilusión y la esperanza que ponemos en la vida vivida. La vejez hace que tengamos unos cuidados especiales, donde la ocupación se hace preocupación y donde tenemos que tomar conciencia de nuestras responsabilidades familiares, si las hay, asuntos sociales e instituciones que respondan por nosotros ante las diferentes dificultades y limitaciones de movilidad. Mi padre me decía: «Donde no llega el cariño que llegue la educación». La vejez no es un nido de muebles donde se les aparca en residencias para que no molesten: algunas dejan mucho que desear. Ni usar ni abusar del anciano. Son personas que se merecen derechos y atenciones. El abuso de abandono y de indiferencia es un maltrato que marca la diferencia con la dignidad humana y los afectos que se les tenga o se hayan obtenido como vivencias en el proceso de la vida. La vejez exige un respeto por activa y por pasiva, porque sino algún día se verán aquellos a los que hoy no les importa nada desprovistos de toda sabiduría e insatisfechos por no haber servido ni a su origen ni a sus consecuencias. Su propio y verdadero espejo quedará velado por su egoísmo y necedad. «La vejez es la edad del atardecer, pero hay atardeceres que todos se paran a mirar». O como dijo Sófocles: «Los que en realidad aman la vida son aquellos que están envejeciendo».

Menchu Gil Ciria

ZARAGOZA

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