Varios pasajeros esperan para subir al tranvía de Zaragoza
Sudores
Guillermo Mestre

Prontito por la mañana vas a coger el tranvía para ir al Hospital Miguel Servet. 

Visitar a los enfermos es una obra de misericordia, igual que dar de beber al sediento, enseñar al que no sabe, o enterrar a los muertos. El tranvía, según reza el panel informativo de la parada, aparecerá dentro de diecisiete minutos. Calculas que llegarás antes andando. Las sandalias te hacen rozaduras, como todos los años cuando llega el calor y los pies están blancos y tiernos como espárragos de Maleján. Siempre te acuerdas de una cena en casa Emilio en la que sirvieron unos exquisitos espárragos de esa localidad para ti desconocida. Desde entonces Maleján y espárragos van siempre juntos. De las siete obras de misericordia solo recuerdas seis.

Te montas en el tranvía cinco paradas más arriba, cuando ya no puedes dar ni un paso más. Estás sudando. Tomas asiento frente a una pareja de ancianos que te observan con descaro. El corrector de maquillaje se ha derretido y deja al descubierto una mancha oscura en tu mejilla derecha que siempre intentas disimular. Te acuerdas de Dirk Bogarde en la escena final de ‘Muerte en Venecia’ cuando el sudor le derrite el tinte del pelo y un goterón oscuro cae por su sien derecha. También sudaba mucho James Stewart en ‘La ventana indiscreta’, y Richard Burton en ‘La noche de la iguana’, y Humphrey Bogart en ‘La reina de África’, y Marlon Brando en ‘Apocalypse now’. Sudores magníficos que tal vez simbolizaban algo. ‘La novia parapente’, que se publicó hace veinte años, también sudaba a mares, como su padre. Y a día de hoy sigue sudando. 

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