Juan Carlos I, el voceras y el pensador

Juan Carlos I, el voceras y el pensador
Juan Carlos I, el voceras y el pensador
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El paseíllo que Juan Carlos I ha dado esta semana por España, para ver a unos amigos y a sus familiares directos ha generado incontables comentarios. Dos, que descuellan por sonrojantes, son de un nacionalista catalán y de otro vasco.

El voceras Rufián

Juan Gabriel Rufián Romero (Gabriel Rufián), según avisó en 2018 su paisano Josep Borrell Fontelles, ha sobresalido en el Congreso por su capacidad para generar una típica mezcla verbal de serrín y estiércol. Esta vez, el serrín lo ha vertido al señalar que el PSOE es republicano en campaña electoral y monárquico en la Moncloa; lo que, sin ser falso del todo, simplifica convenientemente la cuestión, pues la simplificación es el medio ambiente del populismo y sus votantes. La porción de estiércol, siempre la más abundante en la mezcla, es doble, de forma y de contenido. Rufián asevera, encarándose con Vox: "Es absolutamente vergonzante" que Juan Carlos I se haya paseado estos días de manera impune "por su país" (el de Vox), en vez de "pasar por un juzgado a dar explicaciones".

Lo denigrante reside en que Juan Carlos I no está reclamado por ningún juez. Otra cosa es el juicio moral que merezcan ciertos actos deshonrosos de su vida particular. En segundo lugar, Rufián –y no es el único repúblico– ignora qué significa ‘vergonzante’. Su español ruidoso es deficiente, como procedente de ‘Súmate’, donde moraba antes de llegar a jefe en Esquerra Republicana de Catalunya. Vergonzante no significa ‘avergonzante’. La actitud vergonzante es la de quien está en una situación que le avergüenza e intenta disimularla. El pobre vergonzante pide disfrazando su penuria y viste lo mejor que puede para dar a entender que su escasez es ocasional. Un famoso hidalgo vergonzante, con atuendo de caballero, desperdigaba migas de pan por su barba y su mostacho para hacer ver que había comido, cuando andaba en ayunas. No era capricho pretencioso: su condición de noble le vedaba mendigar, o trabajar con sus manos, sin perder la honra.

Si Rufián fuera sensato, él sí sería diputado vergonzante y hablaría menos para camuflar su vasta ignorancia. Juan Carlos I ha paseado por España con desparpajo, que es lo opuesto a vergonzante. Rufián quería decir ‘vergonzoso’, pero le pierde la pedantería.

El mismo día en que la dijo, se hizo famosa una expresión de Ortega y Gasset, diputado republicano constituyente en julio de 1931. Los periódicos publicaron la versión íntegra de su texto, tomado taquigráficamente. Exigía de la Cámara, primeramente, que no perdiera el tiempo. En segundo lugar, que mantuviese la compostura sin incurrir en conductas lamentables. Que no divagase ni tratase con superficialidad problemas cuyo esclarecimiento requería conocimientos técnicos difíciles. Y, sobre todo, que no recurriesen los legisladores a "estultos e inútiles vocingleos, violencias en el lenguaje o en el ademán". Los políticos de su talante no abundaban. Él lo sabía e intentaba conjurar a los demonios de la política española mediante ese exorcismo retórico. Lo sintetizó en una frase que logró fama por su aire de provocadora advertencia y por el acierto gráfico en la descripción del mal previsible: "Hay sobre todo tres cosas que no podemos venir hacer aquí: ni el payaso, ni el tenor ni el jabalí". Las tres cosas que Rufián practica con mayor perfección.

El posible retorno de Juan Carlos I no se hará a gusto de todos, por los varios casos reprochables de su conducta privada, pero no justifica cualquier injuria a su persona.

El pensador Innerarity

Si el primero de los dos comentarios sonrojantes tiene un protagonista previsible, el segundo, no tanto. Lo formula Daniel Innerarity Grau, conocido profesor especializado en gobernanza y democracia. Es famoso y atendido, suma una gran cantidad de obras, premios y nombramientos, en España y en otros países. Por alguna razón que se me escapa, omite en su publicidad que enseñó unos años en Zaragoza. La tesis de Innerarity (apellido de origen escocés), es que los tiempos actuales requieren una transformación radical de la política y la creación de una democracia compleja, que no es la actual, ya que cada vez son más los actores que intervienen, hay más perspectivas que tener en cuenta (eficacia, legitimidad, solidaridad y prevención) y más planos y ‘tempos’ a los que atender (financiero, constitucional, comunicativo, medioambiental). Ello exige nuevos conocimientos, a los que debe atender la filosofía política, que es su profesión.

Innerarity pierde su acuidad al equiparar en un tuit la bienvenida que han dado los gallegos de Sangenjo a Juan Carlos I con la que los filoetarras procuran a los matarifes de ETA cuando salen de la cárcel y regresan a sus lares. "Habría que acabar con todos los ongi etorris", dice. Aunque Innerarity es veterano dirigente del PNV (y fue candidato de Geroa Bai en Navarra), ello no justifica que equipare a Juan Carlos I con, pongamos, ‘Mortadelo’, asesino convicto objeto de bienvenidas.

Mal el voceras profesional. Y nada bien el pensador de oficio.

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