Franquistas con calle

franquistas con calle
 
 

La Ley 14/2018, de memoria democrática de Aragón (LMDA), ordena eliminar los nombres viarios "que rindan homenaje a militares o políticos afectos al golpe de estado o al régimen franquista". 

Si político es quien se mete en política y la hace, Fleta fue un activista uniformado que militó en Falange Española (FE). Ignacio Zuloaga, resucitador de Goya, ensalzó a Franco, en un estridente retrato político, como caudillo militar, carlista y falangista; y en otro, también heroizante y efectista, a Millán Astray, jefe de Propaganda de Franco. ¿No hicieron política con ello el tenor aragonés y el gran pintor vasco? Manuel Gutiérrez Mellado fue espía de Franco en Madrid. Guillermo Quintana Lacaci luchó en una división del III Reich. Falangistas los dos, como Fleta. Todos tienen calle en Zaragoza, lo que, según la LMDA, implica "la exhibición pública de elementos o menciones realizados en conmemoración, exaltación o enaltecimiento individual" de personajes del franquismo, lo que es "contrario a la memoria democrática de Aragón y a la dignidad de las víctimas".

Pero eso no es cierto. Es una ley mal hecha que, además, algunos quieren aplicar con malicia. Ya pasó con la Ley de Derechos Históricos de Aragón, adefesio que ordenaba postergar la bandera de España. Es curioso que quienes exigen aplicar como sea la LMDA (aunque según a quién) vituperen la Ley de Amnistía de 1977. Fue, dicen, una artería que dio impunidad al franquismo y a eso reducen la Transición y la Constitución de 1978. Los más ternes defensores de la LMDA estiman mero maquillaje que miles de calles españolas cambiasen de nombre cuando advino el régimen parlamentario constitucional. Pero, si, como dicen, el texto de la LMDA es tan claro, ¿por qué exigen quitar nombres de seres tan ignorados como Pedro Lázaro o Agustina Simón y omiten reclamar la supresión de los de Fleta, Zuloaga, Gutiérrez Mellado o Quintana Lacaci, de devociones políticas inequívocas?

Hay dos principios generales que debieran tenerse siempre en cuenta al aplicar un castigo legal: que la ley haya tipificado bien lo sancionable y que no se use con dolo

Mellado y Quintana Lacaci

Gutiérrez Mellado, teniente de 24 años el 18 de julio de 1936, se adhirió a FE. Preso y encausado por deserción y absuelto en marzo de 1937, trascendieron su falangismo y su rebelión del año anterior en su cuartel de Campamento, por lo que se asiló en la Embajada de Panamá. Creó una ruta clandestina por la que salieron de Madrid, vía Alcalá y Aranjuez, más de cien oficiales franquistas escondidos. Filtraba, a su través, información de interés militar. En la salidas del 8 de julio de 1938 llegó a zona franquista, pero decidió volver a su peligrosa tarea: ningún otro militar sublevado hizo otro tanto. El 8 de octubre, localizado por el contraespionaje gubernamental, pudo huir. Ya tomado Madrid, se ocupó en detectar a jefes republicanos ocultos en la ciudad. ¿No hizo más Mellado por Franco que Pedro Lázaro, fuera quien fuese?

De Quintana Lacaci (el rótulo callejero de Zaragoza lo llama Lacacci) puede decirse algo similar. Fue voluntario al frente siendo aún cadete de Infantería, con veinte años recién cumplidos. Por méritos de guerra fue ascendido a teniente. Herido en Brunete (julio de 1937), al cabo de un mes se reincorporó al frente. Tomó parte en la atroz batalla de Teruel y, al concluir la guerra civil, en 1941 se alistó en la División Española de Voluntarios, la División 250 de la Wehrmacht, la famosa ‘División Azul’ así por su aroma falangista. Lo hizo, según explicó más tarde, porque consideró que aquello era la "continuación del Movimiento Nacional". Fue condecorado por sus acciones en combate. ¿No hizo más Quintana por Franco que Agustina Simón?

Ambos militares están del todo incursos en la tipología según la cual la ley aragonesa de 2018 establece de forma taxativa que han de ser eliminados sus nombres de las vías públicas. Pero ni esa que se ha resumido aquí es toda su biografía ni suprimir sus nombres reflejaría el que ha sido claro sentir popular. La actuación de ambos fue determinante para abortar el golpe del 23 de febrero de 1981. A Gutiérrez Mellado lo vimos, ya anciano y como civil, enfrentarse bravamente, en defensa del Parlamento y el Gobierno, a la bravuconería de Antonio Tejero. Y Quintana, como capitán general de Madrid que controlaba casi un tercio del Ejército impidió, por orden del rey, que la división acorazada que guarnecía la capital auxiliara a los asaltantes del Congreso. En 1984, dos ‘patriotas’ euskalerriakos lo asesinaron en la calle. Dispararon trece tiros.

Dos varas de medir

Los dos, como Fleta y Zuloaga, están mejor con calle que sin ella. Lo que está mal es una ley punitiva que manda castigar sin los distingos exigibles (¿qué es ser ‘político’ o ‘militar’? ¿Lo son un afiliado de base o un soldado forzoso? Eso no ha preocupado a los legisladores). Lo cual conviene a los justicieros, pues así pueden usar dos varas de medir, según les acomode. Lo que debe hacerse con las víctimas de la guerra es localizarlas, ayudar a sus deudos y procurarles sepultura decorosa y un recuerdo adecuado. Como se viene haciendo en Aragón y en España.

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