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  • Pedro Rújula

Espías

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Decía Benjamin Constant que la libertad para el hombre moderno, es decir, aquel que es consciente de su condición individual y de sus derechos, nacía de saber establecer muy claramente la línea que separa la esfera pública de la privada. 

O, lo que es lo mismo, de saber hasta donde puede llegar la acción de Estado y donde no le está permitido acceder por ser el dominio exclusivo del individuo, el reducto en el que reside la libertad personal. Este liberal que había vivido la experiencia de la Revolución francesa y del Imperio tenía muy claro la importancia de marcar estos límites para no caer en manos de una tiranía, ya fuera la de un solo hombre, como Napoleón, ya fuera la de un colectivo, como la que había vivido durante los años del Terror.

Traigo esta reflexión a raíz de las noticias sobre el posible espionaje a los líderes independentistas catalanes utilizando un sofisticado software que permite intervenir las conversaciones privadas y cuyo acceso queda restringido a los Estados. ¿Es legítimo que los Estados se defiendan de esta forma de lo que consideran amenazas contra su estabilidad? Hay pocas dudas de que sí. Para eso sirven los servicios secretos y las fuerzas de seguridad. Ahora bien, ¿dónde esta el límite de su acción, ese que no pueden traspasar ni siquiera los Estados? También esto lo tenía bien pensado Constant: el límite que nos hemos dado todos nosotros. El límite de la ley, que es la única capaz de garantizar el disfrute de nuestras libertades individuales.

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