Por
  • Víctor Juan

Fuera de la Romareda

Vista del campo de fútbol de La Romareda desde las gradas.
Vista del campo de fútbol de La Romareda desde las gradas.
Guillermo Mestre

No me echarían de La Romareda ni los malos resultados del Real Zaragoza...

Ni la escasa calidad del fútbol que practique mi equipo, ni la categoría en la que compitamos, ni la venta de los mejores activos de nuestra cantera, ni la nefasta política de fichajes, ni la ausencia de goles, ni que no sea titular mi jugador favorito, ni que el césped se convierta en el tablado de un teatro de comedias en el que fingir lesiones, ni el estilo del entrenador, ni los arbitrajes infames, ni quiénes sean los propietarios del club o quién haga de presidente del equipo de mis amores. 

Tampoco serían la causa de que yo no volviera al campo los horarios irracionales; ni que todo se sacrifique a los intereses de las televisiones; ni el frío o la lluvia que he soportado muchas jornadas estoicamente, aunque el partido se televisara; ni que un día mi amigo Rubén Abán, en un arrebato de enajenación mental transitoria, me dijera que no iba a renovar su abono; ni la incomodidad y suciedad de los asientos; ni que se caiga a pedazos el hormigón de las gradas; ni el drama de no poder cenar en el descanso de los partidos un bocadillo con mi hijo. Me echarían del campo las actitudes xenófobas y los cánticos fascistas de una parte de la afición que, desde luego, no son los más, pero sí los que más gritan. Me echarían del campo la violencia de quienes no tienen la razón, aunque en ese momento tengan la fuerza. Los insultos nunca se justifican unos a otros y el nivel de violencia permitida en los estadios debe ser 0,0.

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