Por
  • Francisco Palacios Romeo

Entre mundialismo y soberanismo

Combo de imágenes de Macron y Le Pen.
Combo de imágenes de Macron y Le Pen.
Afp

A Marine Le Pen (Agrupación Nacional) le separan pocos puntos de Macron (República en Marcha). 

A su 23% puede sumar los porcentajes de voto activo (no abstencionista) directo del 7% (Reconquista) y el 2% del gaullismo tradicional (Levántate Francia); además del voto activo indirecto de, cuando menos, el 2% del neogaullismo (Republicanos) y el 2% del ruralismo (Resistir). Con ello sumaría un 36%.

Macron suma a su 27%, un voto activo directo del 4% (Europa Ecología), 3% (Partido Socialista/Partido Comunista), 2% (Republicanos) y, tal vez, un 1% de fuerzas políticas marginales. Así sumaría un 37%.

La clave estará en los votantes de izquierda alternativa (Francia Insumisa). Las propias encuestas de este partido resaltan que solo un 33% apoyará a Macron (no se incluía la opción Le Pen), es decir un 8% del total de votos. De esta manera si un 9% del voto de Francia Insumisa vota a Agrupación Nacional podría hacer presidenta a Marine Le Pen. La pregunta es cómo es posible dicho trasvase de votos entre polos tan opuestos.

La paradoja de la extrema derecha en Francia reside en que puede recibir el apoyo de votantes del extremo opuesto, la izquierda radical

Corría el año 1990 y en el que fue mi primer trabajo académico (Reis, n.º 49) me fijé en un fenómeno aparentemente paradójico: en las elecciones parciales de Marsella y Dreux un partido de naturaleza ultraderechista había pasado a la segunda vuelta. Pero la paradoja no era solo el paso a la segunda vuelta, sino de dónde había extraído el grueso de sus votantes. Un brillante trabajo de Nonna Mayer constataba cómo los votos del Frente Nacional se trasvasaban desde los clásicos partidos gaullista, socialista y, sobre todo, comunista. El 1990 era un año que marcaba ya una década de tránsitos neoliberales, en los que progresivamente los dos ítems sobre los que se edificó la Europa de posguerra –soberanía y seguridad integral (social)– iban perdiendo fuelle y estructuras. Ningún partido clásico parecía querer o saber mantener lo ya consolidado.

Desde 1990 a este año de 2022 han pasado tres décadas. Y la soberanía (popular) y la seguridad integral (social) han ido cediendo espacios a la mundialización (elitista) y a la precariedad estructural (individual). Buena parte de las sociedades europeas se debaten entre el miedo, la defección o la rabia. Y la rabia va ganando adeptos, ya sea en forma de Francia Insumisa o de Reagrupación Nacional. Y todos juntos con chaleco amarillo.

Los efectos de la mundialización
hacen que buena parte de las sociedades europeas se mueva entre el miedo y la rabia

Las sociedades –a pesar de la ‘performance’ europeísta– se perciben como progresivamente más desiguales y con gobiernos más sujetos a poderes fácticos. Una Europa percibida como caja de inmensos nudos gordianos normativos, tejidos por los más conspicuos grupos de presión y gestionados por una inmensa burocracia que deja ridícula la clásica ‘jaula de hierro’ de la que hablaba Weber a principios del siglo XX. Millones de ciudadanos consumidores se ven víctimas de la impúdica normativa europea sobre energía y servicios públicos, millones de trabajadores sienten la devaluación de su sistema de seguridad social y, finalmente, se olfatea el gregarismo geopolítico hacia la ecuación sistémica anglosajona. Y todos estos elementos se han hecho convergentes en los programas de Francia Insumisa y Reagrupación Nacional, llámesele patriotismo económico o economía social. Sobre una significativa paradoja: la reivindicación de los dos principales ítem de nuestro sistema de cultura política –soberanía y seguridad integral (social)– son asumidos por los presuntos partidos antisistema.

Las semejanzas del soberanismo social –independientemente de los dos elementos más relevantes de separación: inmigración y cambio climático– posibilitan que dicho trasvase se dé en manera notable. Si Mélenchon hubiera pasado a la segunda vuelta podría haber tenido idéntico trasvase de votantes. Al parecer los votantes ya no son de derecha o de izquierda, sino que se autoperciben, en lento pero progresivo proceso, como ilustrado y elitista ciudadano, amedrentado súbdito orgánico o insumiso soberanista. ‘Un autre monde est posible’. O no.

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