Por
  • Ángel Gracia

Pascual

Pascual
Pascual
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Mi padre nació unos cien días antes del comienzo de la Guerra Civil, el 12 de abril de 1936, Domingo de Pascua. 

Por eso se llama Pascual Ángel. Mis abuelos habían elegido Ángel para él, pero tuvieron que aceptar Pascual como primer nombre. En la familia mi padre siempre ha sido Ángel a secas. La mayoría de la gente no sabe que tiene ese nombre compuesto. Solo lo llaman Pascual mi madre, para darle solemnidad a la conversación, o los médicos que lo atienden: "Pascual, ¿estás bien?". Él asiente sin mucha convicción. Sabe que la salud siempre va rumbo a peor. Pesan los años y las dolencias crónicas. Afortunadamente, mis padres siguen viviendo en su casa de siempre, no necesitan ayuda, solo el cariño de sus dos nietos. La pandemia les ha mermado las fuerzas y la movilidad, pero ellos se valen por sí mismos todavía.

Mi padre divide su biografía en dos partes que no pueden ser más contrapuestas. En la primera, padeció las penalidades de la posguerra y la dictadura y, sobre todo, el dolor moral de ser pobre en un país destrozado. En la segunda, está disfrutando de todas las coberturas sociales y sanitarias. Esta etapa nunca compensará el sufrimiento de la anterior, pero al menos le da un sentido. Gracias a mi padre, tengo una perspectiva más amplia de la vida, que incluye vacío y plenitud. Sé de dónde de vengo y quién soy. Y heredo dos fortunas incalculables: saber ir en bicicleta y saber leer, actividades austeras que me permiten sobrevolar levemente la realidad. Gracias, padre.

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