Braulio de Zaragoza

Braulio de Zaragoza
Braulio de Zaragoza
Lola García

La noble y centenaria Universidad de Zaragoza se ha prohibido a sí misma mencionar que, cuando celebra su festividad anual, lo hace en memoria de un santo de tiempos remotos.

Así, según los promotores de la novedad, se priva a la conmemoración de tintes religiosos. De cualquier religión, se aclara.

Entre historiadores es común hablar de Pablo de Tarso, Agustín de Hipona, Ambrosio de Milán, Isidoro de Sevilla, Alberto de Bollstädt (Magno) o Tomás de Aquino, para nombrar a grandes pensadores con independencia de si fueron canonizados, hecho francamente secundario. Uno de ellos es Braulio de Zaragoza. Sin el ‘san’.

Que se sepa, es el primer antecedente seguro de una ‘schola’ en César Augusta, y de una notable biblioteca que se desvivió por acrecer. Ni en su tiempo (el siglo VII) ni bastante después se le tuvo por santo. Su culto se documenta tras el ‘milagro’ del hallazgo de sus restos, hacia 1200, y entonces se redacta una biografía suya llena de falsedades. Esta última circunstancia no afecta a su magisterio histórico ni a su competencia en la intelección de las escrituras, sobre lo que le consultan desde lugares alejados.

En la convulsa monarquía hispanogoda, Braulio conoció nada menos que a doce reyes. Vivió guerras, golpes de estado, pestes y hambrunas, en un tiempo que calificó como sumamente difícil (‘difficillimum’) y temió la censura o la venganza: escribe que era más prudente callar que hablar (‘tacere melius quam loqui’).

Los estudiosos de este periodo, en el que, extinta Roma, se configura con esfuerzo un orden nuevo, señalan como sobresaliente la obra del maestro y amigo de Braulio, Isidoro de Sevilla, su famoso ‘Libro de los orígenes de las cosas’ (las ‘Etimologías’), una gran enciclopedia cuyos repasos finales y la ordenación en veinte secciones con cerca de quinientos apartados fueron obra de Braulio. En lenguaje de hoy, se diría que fue el editor de esa obra mayor de aquella Europa en la que unos pocos buscaban algo de luz. Braulio era uno.

Hay anécdotas de su vida que permiten una ojeada más personal, como su antijudaísmo, generalizado en la época. O que hubo de escribir por orden suya textos que firmaría el rey Recesvinto (acaso el ‘Fuero Juzgo’, que unificó la ley para todos los hispanos sin acepción de etnias).

Braulio de Zaragoza sigue siendo patrono de la Universidad de Zaragoza, pero de forma tan vergonzante que no puede decirse oficialmente que se festeja su memoria

‘Perros mudos’

Un suceso singular fue que enmendó la plana al papa y le probó que no manejaba bien la Biblia. El pontífice romano Honorio I llamó en una carta "perros mudos" (‘canes muti’), en frase del profeta Ezequiel, a los obispos hispanos, por su tibieza en la represión del judaísmo. Los obispos designaron a Braulio para que le replicase, sin ser el más antiguo ni el de más rango. Braulio redactó una verdadera bronca. Vino a decirle que hablaba sin conocimiento de los hechos y que, además, se trabucaba con las citas del Antiguo Testamento, que esgrimía contra los mitrados de Hispania: "Nada de lo que Vuestra Santidad nos reprochó nos concierne. Dignaos reconsiderarlas, pues en modo alguno son vuestras palabras pertinentes", ya que nacen de conjeturas perversas y falsos testimonios que sólo cabezas poco sólidas (’mentes instabiles’) darían por buenos.

Braulio le aclara que los obispos hispanos fían más en cierta suavidad cristiana (‘christiana blanditia’) que en rudos castigos (‘disciplina rigida’) a los judíos. Y, erudito implacable, corrige: el insulto de los perros mudos no es del profeta Ezequiel, sino de Isaías. (De paso, citó a Homero, para mostrar que en Hispania se conocía a los clásicos paganos. Otras veces menciona a Horacio, Virgilio, Ovidio o Terencio).

La instrucción de Braulio era sobresaliente. Muchos lo sabían y le pedían con ansia de saber que resolviese sus dudas. Por ejemplo: ¿cómo era posible que Matusalén, sin haber entrado en el arca de Noé, sobreviviese catorce años al Diluvio? Braulio tenía las respuestas a incógnitas así.

Braulio tenía una concupiscencia: la de los libros, a menudo fuente de estrés y de ansiedad y no le abandonó nunca. Conocía lo bastante de la matemática litúrgico-astronómica que permite averiguar la epacta —las diferencias de cuenta que exige el manejo simultáneo del calendario solar y del lunar—, con la que se calcula cada año la importante fecha de la Pascua cristiana, supeditada al enrevesado calendario lunar judío.

Braulio envió a Tajón en azaroso viaje a Roma, a buscar obras casi inencontrables. También compuso música. Y, en fin, fundó el más antiguo centro docente y políglota documentado junto al Ebro, dotado de una biblioteca copiosa para la época.

Es previsible que la medida, vestida de ética laicista, se mantenga. Pero, santo o no y se sea o no creyente, Braulio de Zaragoza era un titular muy adecuado para la conmemoración de que ha sido despojado sigilosamente por la Universidad. Esta vez sí que ha habido unos cuantos ‘canes muti’.

Memento. En el sello de la Universidad aún figura san Pedro, papa. Con tiara, llaves y demás adminículos. Qué modo de provocar.

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