Miguel B. Fleta

Miguel B. Fleta
Miguel B. Fleta
POL

Cuando nació, el 1 de diciembre de 1897, fue el último hijo de María Fleta Esparraguerri, que tuvo catorce partos y ocho hijos vivos. 

María vivía en Albalate de Cinca con su marido, Vicente. Se apellidaba Burro. No Burró, como dicen algunos: Vicente Burro Gayán. Durante treinta años, el hijo se llamó, por eso, Miguel Burro Fleta. No era ninguna vergüenza, pero sí un inconveniente, que propiciaba mofas, sobre todo en los faltos de ingenio. En HERALDO, los redactores encontraron una solución satisfactoria: mencionar el primer apellido mediante su inicial: Miguel B. Fleta.

El 7 de marzo de 1922 –mañana se cumplen los cien años–, los pocos aragoneses que habían conocido a ese ‘torrerico’ de Cogullada –allí trabajaba para sus cuñados–, que cantaba jotas con arte singular, comprobaron que el mozo era una personalidad europea. Su primera actuación en el Teatro Real, cantando el Don José, de la ‘Carmen’ de Bizet, ensanchó en la prensa la noticia de sus triunfos anteriores en Italia y en Austria, donde las personalidades más afamadas de la ópera –Puccini, por ejemplo– habían quedado fascinadas por las dotes y la sensibilidad de aquel joven.

Esta nueva posición de Fleta logró algo que entonces no era tan sencillo como ahora: el cambio legal de nombre. Desde 1927 –hay quien dice que con el apoyo de Alfonso XIII–, su nombre civil fue Miguel Fleta Burro y ya no se necesitaron más disimulos para anunciarlo. La vida de Fleta y su justa fama, debida a sus condiciones portentosas, es bien conocida. Pero no tanto uno de sus perfiles que, en su tiempo, fue muy notorio y divulgado y hoy parece que resulta molesto subrayar.

Nacido como Miguel Burro Fleta, fue autorizado a alterar el orden de sus apellidos en 1927

Fleta, falangista

Famosísimo en España a partir de 1922, Fleta, como millones de españoles, acogió con júbilo la II República. Grabó el patriótico ‘Himno de Riego’, que fungía desde 1931 como himno nacional, con su rebuscada y antañona letra, obra de Evaristo Fernández San Miguel, amigo y camarada de Rafael del Riego, compuesta en 1820. Aunque no llegó a ser declarado himno nacional, a pesar de los intentos de Azaña por lograrlo.

Fleta, cuyo carácter impulsivo lo llevó a la exaltación musical de la República, se desencantó de la concreción real de aquel régimen de tan elevados ideales como infeliz desarrollo.

Poco más tarde, Fleta conoció a José Antonio Primo de Rivera en el madrileño Café de París, en una cena a la que se acudía por invitación. Quedó cautivado y se afilió, también impetuosamente, a Falange Española. En julio de 1936 se fue de Madrid, temeroso de las previsibles represalias, dada la notoriedad de su posición política. Dejó a la familia en lugar seguro y se fue a Salamanca.

En Salamanca lo convencen de que su lugar no está en el frente, a donde desea ir, ni haciendo de chófer –era un saber no tan común por entonces–, sino en el nomadeo intermitente por el frente, estimulando a los combatientes.

Por eso está en la ciudad del Tormes cuando muere en ella Unamuno, el 31 de diciembre de 1936. Y por eso, vestido de uniforme y con correaje, es uno de los seis falangistas que cargan con su féretro al día siguiente, entre los que están Víctor de la Serna, Antonio de Obregón y Emilio Díaz Ferrer.

Tras conocer a José Antonio Primo de Rivera, fue falangista fervoroso

Siguió dando recitales y grabando canciones, incluido el ‘Cara al sol’, himno de Falange, en ayuda del ‘Auxilio de Invierno’ (futuro ‘Auxilio Social’, del que la Iglesia recelaba mucho, hasta que Serrano Suñer metió a un par de obispos en el asunto), promovido por Mercedes Sanz Bachiller, la activa viuda de Onésimo Redondo, y de otras iniciativas del bando franquista.

Fleta no vio el final de la guerra, pues murió, por uremia complicada con otros males, en La Coruña, donde vivía con su segunda esposa y sus hijos, el 29 de mayo de 1938. Tenía 40 años.

Menos divulgado (pero bien sabido) es que también fueron falangistas de uniforme, cuatro, los que llevaron sus restos al cementerio coruñés, a las cinco de la tarde del día siguiente. Su féretro se cubrió con las banderas de España y de Falange. Tras darle sepultura, se colocaron varias coronas florales en su homenaje, incluidas las de Pilar Primo de Rivera y la delegada nacional de Auxilio Social. Para concluir, tras el último responso, los asistentes cantaron el ‘Cara al sol’. Fue un final completamente significativo y expresivo de su posición vital en los últimos años.

Pero a ver quién es el atrevido que propone suprimir sus vestigios, en el nomenclátor viario, en el institucional y en el monumental, por ‘deber’ sobrevenido de la ‘memoria histórica’ o de la ‘memoria democrática’ que ha encendido recientemente pasiones tardías por esta clase de vindictas de alambicada justificación, capaz de igualar a cualquiera, o casi, con los generales y generalísimos que se alzaron en armas contra la II República en julio de 1936. Como si fuesen equiparables Franco o con Mola. Se han atrevido con Agustina Simón. Pero con Fleta, no. Qué pillines.

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