Miral: enseñar hasta morir

Miral: enseñar hasta morir
Miral: enseñar hasta morir
Miral por J. Luz 1948 - Universidad de Zaragoza

Domingo Simón Miral y López pasó su vida enseñando y ese fue su principal blasón, a fin de cuentas. 

Vivió setenta años y murió, casi literalmente, dando clase. El retiro forzoso le llegó el 17 de febrero de 1942, con los setenta años, y solo sobrevivió dos meses a ese automatismo administrativo.

Llevaba Miral un tiempo enfermo. Tras la pausa navideña de 1941 no se le volvió a ver por la Facultad de Filosofía y Letras y esa circunstancia, para quienes lo conocían bien, era signo infalible de que sus fuerzas físicas ya no le asistían. Ningún otro motivo para la ausencia parecía concebible.

Se corrió la voz y algunos alumnos que entendían bien su modo de ser se animaron a visitarle en casa para departir con él. Miral estaba muy débil, pero le podía su vocación de enseñar, como le sucedía a Séneca que, en la emotiva carta que escribió para instrucción de un joven amigo venía a decirle: ¿para qué, sino para dártelas a conocer, ando en mi vejez buscando cosas nuevas que entender? Don Domingo atendía a los jóvenes estudiantes, aun sin poder abandonar la cama.

Explicaba, describía y proponía ejemplos esclarecedores –no siempre es fácil hallarlos– que con fulgor repentino esclarecían el problema. La cuestión hasta entonces ardua se volvía inteligible; las dudas se desvanecían y las mentes de sus oyentes entraban en ese ámbito de bienestar psíquico que genera la comprensión cabal de las cosas. Gracias, don Domingo, ya lo entiendo, le dirían aquellos últimos oyentes.

Miral impulsó el Instituto de Idiomas de la Universidad de Zaragoza, su moderna
residencia estudiantil y los primeros Cursos de Verano españoles para extranjeros

Dominio de las lenguas

Miral tenía como territorio de predilección el de tres lenguas, con sus literaturas, que la mayoría de las personas juzgan dificultosas: el griego, el alemán y el latín. Los beneficiarios de sus lecciones aseguraron siempre que con Miral se comprendían sus pilares y fundamentos, que con sus enseñanzas se abrían los oídos y los ojos a la intelección de los textos. Les insistía en que estudiasen las ‘raíces’ léxicasgermánicas y helenas, para desenvolverse bien en esas lenguas, claves de Europa; mostraba la perpetua vivacidad creadora del griego y la económica elegancia del latín, insuperada, y matriz de un ilustre linaje de idiomas productivos y brillantes. Más que por sus escritos, que no faltan, brilló por este afán suyo de esclarecer lo que, en estas materias, a casi todos les costaba iluminar en su interior. Por eso se animó a redactar una gramática alemana.

Cuando ya no pudo más

El 15 de abril, miércoles, ya no pudo seguir. La enfermedad logró su victoria y el dedicado profesor, que conservó la consciencia hasta casi el final de sus horas, falleció al poco, ya comenzado el jueves. Era soltero. La celebración funeral fue el día 17: tras los oficios litúrgicos habidos en Santa Engracia, el féretro fue llevado al edificio de las Facultades de Medicina y Ciencias, hoy Edificio Paraninfo. Su querido hogar académico, había suspendido las clases en las cuatro facultades de que constaba entonces. En ese recinto se cantó un responso y, tras ello, sus restos emprendieron viaje a Hecho (Echo), su cuna, donde había pedido ser sepultado.

Quiso, de joven, ser cura y estudió Teología en Jaca y Tarragona. Lo dejó. Se hizo bachiller en Huesca, licenciado en Barcelona y doctor en Madrid. Enseñó en Oñate, universidad de agitada vida suprimida en 1901, y ganó la cátedra de Griego en Salamanca. En cuanto le fue posible, pidió el traslado a su Aragón natal, que obtuvo en 1913. Ya no se mudó.

Se le debe la fundación de los Cursos de Verano de la Universidad de Zaragoza para alumnos extranjeros, en Jaca, cuando nada igual existía en España. Suyo fue el impulso del Instituto de Idiomas. Y, también, el de lugares donde los estudiantes pudieran alojarse de modo tal que les permitiera atender a sus obligaciones discentes (así nació la Residencia de Estudiantes Cerbuna). Fue seis años decano de Letras y cinco semanas (sic) rector de la Universidad: entre el 11 de marzo y el 18 de abril de 1931: la República lo destituyó. En algunos círculos es recordado por sus obras sencillas redactadas en su doméstica ‘fabla chesa’, sin ninguna pretensión que no fuese la del amor al terruño.

Su herencia mayor fue la de un docente innovador, muy equipado de saberes y con el persistente y hondo afán de que sus alumnos entendiesen bien las cosas que les convenía conocer, para dominarlas. De sus explicaciones filológicas sobre esas tres grandes lenguas brotaron muchos profesores y catedráticos que multiplicaron su tarea. Estos aspectos están hoy olvidados, aunque probablemente esos alumnos suyos, tan devotos, fueron lo más genuino y valioso de su legado.

Fue primorriverista sosegado y muy bienquisto del franquismo, cuyas autoridades y milicias publicaron sus condolencias cuando murió. El jueves hará 150 años de su nacimiento y en abril, 80 de su muerte. Es raro que no hayan pedido quitar su nombre de los lugares públicos. Mejor así.

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