Por
  • Andrés García Inda

Ultras

Ultras.
Ultras.
POL

Decía el filósofo polaco Leszek Kolakowski que fascista es alguien con quien no estoy de acuerdo, pero como me veo incapaz de polemizar con él, le asesto un puntapié.

Kolakowski pensaba por eso que cuando en una discusión alguien terminaba llamándole así, su oponente había ‘perdido’ el debate. Bueno, que lo había perdido racionalmente hablando, claro está. Porque también sabemos que un portazo, un puñetazo en la mesa o un mohín displicente pueden concitar más aplausos que un buen argumento apoyado en hechos.

En nuestros días, además de ese término hay muchos otros que juegan el mismo papel dialéctico. O ‘antidialéctico’, podríamos decir, porque su función no es contribuir al diálogo y el debate, sino evitarlo o acabar con él. Y de hecho se utilizan para vetar la discusión incluso antes de empezarla. Tal sería el caso de otros adjetivos de los que habitualmente también se abusa, como ‘negacionista’ o ‘ultra’. Y que se utilizan a menudo conjuntamente ya que en esto, como en las virtudes, quien no tiene más que una no tiene ninguna; y al revés: se entiende que quien posee una cualidad las tiene todas.

Un ejemplo reciente de esa dinámica puede verse en la polémica suscitada a propósito de la campaña de la Asociación Católica de Propagandistas a favor de rezar ante las clínicas abortistas. Nada más asomar la patita por las marquesinas de las paradas de autobús algunos medios calificaron a la ACdP como una organización ‘ultracatólica’, lo que visto desde una perspectiva confesional puede resultar un elogio más que un insulto, si la alternativa es la mediocridad o la ‘pseudocatolicidad’. No en vano suele decirse que no es posible ser cristiano ‘a medias’ (y por eso abundamos tanto los malos cristianos). Decir que la ACdP es ‘ultracatólica’ por hacer campaña contra el aborto es tanto como decir que lo es el Papa o la Conferencia Episcopal.

Calificar a una persona o a unas ideas de ‘ultras’ es una manera de eludir la discusión racional y de expulsar del ámbito del debate a quienes discrepan del discurso
dominante

Nótese, sin embargo, que lo que se pretende censurar de entrada no es solo la posibilidad de rezar ante las clínicas abortistas, sino incluso la campaña para defenderlo. No es la moralidad del aborto lo que se cuestiona o defiende, sino la discusión sobre ello. Quienes a menudo presumen de defender la libertad de expresión con el blablablá de costumbre ("no estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé a toda costa tu derecho a expresarte..." etc.) se convierten enseguida en los censores directos o indirectos de esa misma libertad cuando afecta a sus propias ideas o intereses.

Hay quienes han justificado esa censura porque, según ellos, la campaña atenta contra los derechos de las mujeres. No alcanzo a comprender cuál es esa afección, pero también resulta llamativo que no se pueda llevar a cabo una campaña de comunicación porque esta venga a poner en discusión algún derecho. ¿Es que no son discutibles?, ¿no es eso lo que hacemos constantemente todos, cuestionar unos u otros derechos, sus posibilidades y sus límites? ¿O es que resulta que hay asuntos sobre los que está vetado debatir?

Como les ocurre a quienes están en contra del aborto

Los hay, ciertamente. En todo grupo social. Pero no siempre son los mismos. Y, de hecho, lo que se discute en el fondo siempre es eso: lo que el poder nos permite discutir. Hay quienes entienden que el aborto es una de esas cosas sagradas de las que ya no se puede hablar. Y hay quienes piensan –como la ACdP– que no es así. Que al igual que existen razones para defender el aborto, también existen para oponerse a él, o para considerarlo un mal al que hay que buscar alternativas (y sin que eso suponga perseguir a las mujeres que abortan). Razones que van en uno y otro caso más allá de las creencias, y que en ambos casos arraigan fuerte y legítimamente en ellas.

Pero el propósito de la ‘ultracalificación’ en este, como en otros casos, es precisamente evitar esa discusión, expulsando del espacio del debate legítimo a quien discrepa del discurso dominante (sea mayoritario o no), situándolo más allá de los límites de lo aceptable. La estigmatización se convierte en un recurso para no debatir, convirtiendo al otro en una caricatura: en un negacionista de lo correcto (de los derechos). En el fondo, es una enmienda preventiva a la totalidad: Todo lo que el ultra plantee o defienda es negativo. Y el problema es que a la vez eso convierte en ultra a todo el que comparta (siquiera sea en silencio, seguramente) alguna de sus dudas u opiniones. Pero como también recordaba el mentado Kolakowski nadie acierta ni se equivoca del todo. Y en eso, no hay duda, siempre tuvo toda la razón.

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