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Las cadenas invisibles

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Son menores de edad, adolescentes vulnerables, sobre todo chicas, y también algún chico, de entre 13 y 18 años. Exponen retazos de su vida en público a través de redes como Instagram. Desnudan su alma y la sirven en bandeja a desaprensivos que están al acecho, que van de caza en busca de pistas para encontrar a los seres más desprotegidos, indefensos, desarmados.

Una vez que descubren a la posible víctima, tejen la telaraña para que caigan en sus manos, les ofrecen una ficticia protección, calidez, abrazos interesados. Tratan de enamorarlas para afianzar la dependencia. Comienzan a inducirlas a la adicción a las drogas, sobre todo cocaína. Y se cierra el círculo: solo prostituyéndose consiguen droga, si quieren romperlo, reciben amenazas de que perderán la protección, el presunto amor de quienes las someten. O incluso la vida. Entablan lazos que, en el campo de la psicología, se denominan "cadenas invisibles". Es como vivir en una jaula abierta: puedes salir, pero hay una fuerza mayor, un miedo atroz que te ata y hace que sigas encerrada aun teniendo la posibilidad de huir.

Es el modus operandi de una de las últimas bandas criminales que acaba de desarticular la Policía Nacional: las víctimas se escapaban de sus residencias familiares y de los centros de menores para seguir prostituyéndose, drogándose y continuar bajo el yugo de los cabecillas de la organización. Esta vez sus proxenetas han caído, no se sabe por cuánto tiempo. Pero miles de captores de menores siguen al acecho, navegando por las redes en busca de víctimas propiciatorias. Y nuestros adolescentes necesitan escudos de protección para no caer en sus trampas.

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