Diez años después

Diez años sin publicarse.
Diez años sin publicarse.
Lola García

Es un aforismo de arqueólogo: si faltan textos, deben hablar los huesos y las piedras. Cuanto más remotos son los sucesos, más difícil es que se vean reflejados en textos. Y, a partir de una cierta antigüedad, resulta del todo imposible, porque se llega a investigar unos tiempos en que no existía la escritura.

Esta ausencia no hace desistir a los historiadores. Al contrario: prefieren correr algunos riesgos de interpretación y emplear técnicas que los profanos creen ajenas a la gente ‘de letras’. Por ejemplo, permiten deducir hechos ciertos tras hurgar en la basura, actual o antigua. Claro está que esa rebusca debe ceñirse a reglas, a un sistema, para que el resultado sea admisible de acuerdo con el método histórico general, que sigue severas normas científicas.

Algunas investigaciones se sirven de un utillaje bien contrastado: dataciones por isótopos radiactivos, como el carbono 14; o por arqueomagnetismo, que, al liberar el campo magnético que quedó ‘preso’ en un objeto en el momento en que cristalizó, calcula el tiempo transcurrido; por termoluminiscencia, espectrografía, petrología y un sinfín de recursos más. Otras veces se analizan restos de alimentos, de plantas (polen incluido) o de animales y personas, lo que permite reconstruir dietas y climas extintos; o determinar causas veladas de muertes no violentas (la violencia suele dejar huellas apreciables directamente). Pigmentos pictóricos, marcas de herramientas para talla o labra, vestigios textiles o coriáceos, pátinas y degradaciones características, etc.

Cuando el caso es arduo, el investigador minucioso recurre a medios típicos del método experimental, como el sistema de doble o triple ciego: un sujeto decide la muestra, otro la analiza y un tercero vigila el método, pero ninguno conoce sino su propia actuación: solo el investigador principal está al tanto de todo y dirige a los equipos que indagan en paralelo, o de modo convergente, pero sin comunicarse. Al igual que el director de una orquesta, solo él maneja todas las componentes de la obra: cada músico dispone de su ‘particella’, pero el director conduce al conjunto y es el único que emplea la compleja partitura general. Aunque el bobo cree que su función es dar el compás con la batuta. Si el trabajo es de investigación mixta (genética, anatomía, historia, arqueología...), hay más dificultades. 

En Aragón se concluyó en 2011 lo que una revista extranjera compendió así: mejorando con ingenio el estudio de un ADN degradado por el tiempo, los restos de veinte personas enterradas en tres panteones se analizaron mediante cruce de técnicas isotópicas (C14, C13 y N15), osteológicas, tafonómicas (marcas en los huesos), antropofísicas y genéticas.

El investigador principal rige el conjunto y lee la compleja partitura general. Solo un bobo cree que su función se reduce a marcar el compás con la batuta

Una investigación así nunca se cierra del todo, pues la ciencia avanza y trae medios novedosos, materiales o conceptuales. Pero estos trabajos inacabables constan de etapas coherentes y alcanzan conclusiones válidas, científicamente sostenibles. Se está viendo hoy, con el SARS-2 CoV 19: su estudio está inconcluso, pero ya ha logrado objetivos muy estimables en cuanto a diagnóstico, prevención y tratamiento. Sería absurdo dejar todo eso en un cajón hasta que la totalidad del caso se hubiera resuelto. La ciencia no avanza así.

Sin embargo, es lo que viene sucediendo con el trabajo que entregó, hace diez años, un grupo de investigadores (aragoneses y de otras regiones, así como extranjeros) dirigidos por Begoña Martínez Jarreta: genética forense, medievalística, arqueología, antropología física y otras técnicas, orquestadas según un laborioso método de experimentos ‘ciegos’ y con novedades reseñables en cuanto a recursos y conclusiones. En algún anaquel perdido del Gobierno de Aragón sigue durmiendo ese estudio pagado por el erario. Baste decir que Martínez Jarreta (Medicina Legal) y Carlos Laliena (Historia Medieval), catedráticos de la Universidad de Zaragoza, concluían el detallado el informe con un capítulo en el que exponían los resultados y su contextualización histórica y solo este apartado ocupaba más de cien folios.

¿Por qué no se publica? El plan inicial debía estudiar a cuatro muertos, pero llegó a la veintena. Fue brillantemente superado y aportó certezas positivas (lo que era), negativas (lo que no era) y de método. Permitió conocer con certeza la genética de la dinastía aragonesa, sus fenotipos y circunstancias individualizadas, en un periodo que va desde el nacimiento del reino hasta 1157: casi siglo y cuarto de una época remota, difícil y, a menudo, silenciosa. Los huesos hablaron largamente.

Se hicieron eco de las innovaciones técnicas publicaciones internacionales como American Journal of Physical Anthropology, Archaeometry, Forensic News y algunas otras. Pero en Aragón está sin publicar hace un decenio, cumplido en 2021. Y nadie ha explicado por qué causa especial. Ya se sabrá algún día.

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