Por
  • J. L. Rodríguez García

Migrantes

Crisis en la frontera entre Polonia y Bielorrusia por la llegada de miles de inmigrantes.
Migrantes.
LEONID SCHEGLOV/BELTA HANDOUT

Las migraciones son un fenómeno histórico-cultural que ha determinado la aventura humana. 

Siempre se consideró normal el tránsito de un territorio a otro, mucho antes de que existieran las volátiles fronteras que hoy dividen el planeta. Grass era rotundo al respecto: "Europa no debería tener tanto miedo de la inmigración: todas las grandes culturas surgieron a partir de formas de mestizaje". Resulta curioso que las motivaciones de los migrantes de antaño no se diferencien de las que condicionan los actuales movimientos de traslación geográfica. Pero detecto una variable esencial, que ha señalado hace días el papa Francisco: lo que está ocurriendo en la actualidad es el anuncio del hundimiento de una civilización. Aludo a su supuesta autoridad para subrayar que los actuales movimientos están avalados por el odio y el egoísmo asesino de dirigentes políticos y de buena parte de la ciudadanía. No hay corazón honesto que pueda evitar un estremecimiento al contemplar los campos levantados en Turquía, en Grecia o en Gaza, las alambradas de Polonia-Bielorrusia o las aguas del canal de la Mancha donde naufragan seres humanos a los que hemos decapitado toda dignidad. Y dejo a un lado los miserables campos habilitados en África y en las cercanías de EE. UU., el país más rico y ciego del mundo. Desconocemos el número de muertos, desconocemos sus nombres. No puedo enviarles un regalo de Año Nuevo: su tiempo ha terminado y sus direcciones solo son para mí lápidas blancas.

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