El desastre catalán se llama ‘procés’

El desastre catalán se llama ‘procés’.
El desastre catalán se llama ‘procés’.
Ferran Brunet

Es una satisfacción intelectual encontrar en una rama del conocimiento distinta de la propia la ratificación de los propios argumentos. 

Uno llega a cierta conclusión por su propio camino y, al final del recorrido, encuentra a otro caminante que ha llegado al mismo lugar por una vía distinta. Algo así posee una fuerza probatoria multiplicada.

Hace largo tiempo que muchos historiadores previenen sobre la insensatez del proceso separatista catalán, seguido atentamente, de forma más taimada y cautelosa, por los separatistas vascos. No pueden resultar beneficiosas las pretensiones independentistas en la España de hoy. Los intentos no son nuevos y aburre repetir el coste de esos fracasos, llevados a cabo en momentos de aberración óptica que han hecho creer que ikurriñas y señeras no podían encontrarse pacíficamente y en paz con la bandera nacional española, fuese monárquica o republicana. Los afectados por esos procesos, activos o pasivos, los han pagado caros. En empobrecimiento material y moral, por pérdidas económicas o de libertades. Es un argumento facilitado por la experiencia, que no convencerá a ningún separatista, porque –replican siempre, con razón aparente– los tiempos cambian. Es cierto. Pero, según una perspectiva menos ansiosa, no tienen por qué cambiar en la dirección que favorecería estos procesos de demolición de un estado que se encuentra en el grupo que encabeza en el mundo la clasificación por bienestar social, derechos y libertades.

Uno de los fallos más estrepitosos del separatismo catalán, ahora el más activo de todos, son sus axiomas económicos erróneos. Inventos como el de las balanzas fiscales, como las entendía el nacionalista Trías Fargas, autor, en los años ochenta, del superventas económico ‘Narració d’una asfíxia premeditada’.

Las réplicas, contundentes, a esa doctrina, ahormada a la ideología nacionalista, han sido muchas (llamativa y certera fue la de Borrell y Llorach, en 2015, con sus ‘cuentas y cuentos’ del separatismo). Pero el nacionalismo crea en sus víctimas aberraciones ópticas de difícil reparación y puntos ciegos totalmente opacos a la luz. Ahora es el turno de Ferran Brunet, que exhibe una acumulación notable de hechos probatorios en un trabajo muy atractivo (www.revistadelibros.com).

Hay estudios económicos solventes que acumulan argumentos para establecer la gestión separatista como clave mayor del lamentable declive económico de Cataluña

Por ejemplo: en cierto índice mundial, Barcelona está en el puesto 23 y Madrid en el 15. ¿Por efecto de capitalidad estatal? No, es un fenómeno dinámico. En otra tabla similar, en 2016, Barcelona era la 47 y ahora es la 62 (Madrid, la 21; sobre 707 ciudades). En la clasificación de la Unión Europea, Cataluña ha caído del puesto regional 103 al 161 (sobre 281) entre 2010 y 2019. En la de competitividad, Cataluña va en la posición 161 y Madrid, en la 98. Pregunta : ¿cómo así, si hace diez años Cataluña estaba en la 103? ¿Por culpa de ‘Madrit’? Brunet calcula que el despilfarro directo en la rebelión separatista, latente o activa, entre 1980 y 2020 no baja de 40.000 millones.

Y desde que el divo Maragall, asistido por el insensato Zapatero, activó en 2004 la vía al Estatuto inconstitucional de 2006, "la descomposición de la economía, la política y la sociedad catalanas (...) llevarán a Cataluña a una decadencia cuya inercia será difícil contener y, aún más, revertir".

Desde 2017, fecha del estrafalario y dañino intento de golpe, con proclamación de independencia suspendida ipso facto, la inversión recela del ‘Govern’; el dinero, nacional o extranjero, se asusta; encoge el comercio con el resto de España; mengua el turismo y cae el empleo. Sin pandemia, solo con ‘procés’. "Es meridiano –afirma Brunet– que ‘El procés ens roba’. Nos roba el entendimiento, la convivencia, el trabajo, las inversiones, la libertad y el futuro de los catalanes".

Otro dato, entre muchos: Madrid cuadruplicaba a Cataluña en inversión extranjera. Tras la dramática payasada del golpe, la proporción es de 15 a 1.

Las coaliciones separatistas han teñido fuertemente las administraciones catalanas y gran parte de los medios de comunicación. Promover el catalán como lengua única es un objetivo indesmayable, pero caro, delirante y socialmente imposible. Es una lengua protegida y muy querida por sus hablantes, lejos de todo peligro de extinción y que convive en todos los órdenes de la vida institucional y social con la común de los españoles en particular y de los hispanohablantes, en general. Da igual: hay que proscribir el ‘castellá’ de todo ámbito o rincón a donde alcance la jurisdicción o la influencia -a veces, más eficaz, aunque nunca gratuita– de quienes creen que su desgobierno, la pérdida de credibilidad y la rápida mengua de su solvencia no se arreglarán con más entendimiento y mayor unión, sino con más separación y discordancia. El nacionalismo separatista es un morbo. Y en Cataluña, además, está gestionado pésimamente por líderes incapaces. Quizá no se hayan enterado de que se venden más productos catalanes en Aragón que en Francia.

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