Por
  • Jorge Sanz Barajas

El alpinista desnudo

El refugio, al fondo
'El alpinista desnudo'
AFP

Perplejo andaba esta semana a vueltas con el pudor. 

La RAE ofrece dos acepciones: una es "recato, honestidad, modestia"; otra, en desuso, "hedor, mal olor". Decía Hegel que el pudor trata de esconder nuestra parte animal. Perplejo, hijo de la liberación cultural del 68, siempre ha tenido sentimientos encontrados con el pudor; en el pasado lo sentía trasnochado, con un aroma a naftalina que le recordaba a los refajos de la abuela, colgando en aquellos oscuros armarios de luna. El decoro nunca fue una de sus preocupaciones, al menos hasta el verano de 2009. Aquel año, turistas de todo el mundo pusieron de moda subir el Mont Blanc completamente desnudos. Allá ellos, pensó. El problema fue que la moda continuó durante el invierno y los turistas resultaron ser, además de impúdicos, idiotas. El problema del pudor está, como en todo, en perder la noción de tiempo y lugar. En el caso de los alpinistas estúpidos, en su empeño por ser más transgresores que nadie perdieron también la salud. En política se ha puesto de moda subir el Mont Blanc desnudos; lo llaman "libertad" o "ser auténticos", esto es, afearle al otro el estilo o el peinado, desvelar intimidades, revelar a quién han bloqueado en las redes, retarse en duelos callejeros, cruzar insultos, presentar a candidatos que uno no aceptaría jamás como presidente de la comunidad de vecinos… En medio de este bunga-bunga de autenticidad, Perplejo sueña con abrigarlos bien y echarlos a que troten por el monte hasta agotarlos.

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