Ecodependencia permanente

Volcán Cumbre Vieja, La Palma
Volcán Cumbre Vieja, La Palma
Miguel Calero

Asociamos a una catástrofe natural el lamento amargo de quienes lo pierden todo tras ese episodio. 

Ni siquiera el auxilio colectivo, cuando llega, consuela la pena de los más afectados. Algo así sucede ahora mismo en la isla canaria de La Palma con la erupción del volcán. En la lejanía se lamenta el dolor pero no es tan amargo. Todos sabemos que son procesos propios de la dinámica planetaria, pero cuesta asimilarlos.

En algunos siniestros se combinan pulsiones naturales con incentivos antrópicos. En 2021 ha ardido el noroeste de América, Siberia, Brasil, Australia y grandes extensiones aledañas al Mediterráneo. La borrasca Filomena produjo graves daños en enero. Inundaciones en Estados Unidos, Alemania, China, India, Brasil, etc., se llevaron todo por delante. Qué decir de las DANA que visitan España con una frecuencia nunca vista. A la vez la sequía conquista espacio y tiempo. La investigación científica constata que los desastres naturales se han incrementado casi un 50 % en los últimos diez años y lo asocia con actuaciones humanas. La ONU llamaba la atención el 13 de octubre con un día internacional dedicado al reconocimiento del riesgo y prevención de desastres.

Ante la Conferencia sobre el Cambio Climático de Glasgow, hay que tomar conciencia de que los seres humanos somos dependientes de nuestro entorno

Otros muchos daños, no episódicos ni estruendosos, van avanzando sin llegar a ser percibidos por la población. La lista de sus efectos correlacionados con la depredación del medio ambiente sería larga; sirva como ejemplo la calidad del aire. Las concentraciones de algunos gases de efecto invernadero han alcanzado récords en 2020 y van camino de superarlos en 2021. ¿Dónde quedaron los acuerdos de París 2015 de salvar millones de vidas cada año? El mes pasado, la OMS alertaba sobre la contaminación del aire y revisaba varios parámetros que afectan gravemente a la salud. Reclamaba la implicación global para mitigar sus efectos.

Todos estos episodios no hacen sino demostrarnos una y otra vez que vivimos en un planeta en inestable equilibrio, que la ecodependencia siempre nos acompañará. Pero no estamos educados en el respeto hacia el medio ambiente.

La especie humana lleva muchos siglos practicando la soberanía sobre tierra, mar y aire. Pasó el tiempo de las grandes conquistas territoriales pero quedó la incursión atropellada en el frágil medio ambiente, a pesar de que se sabe que tras esa apropiación multidiversa vendrán graves problemas. Bárbara Ward, economista y periodista británica preocupada por los países menos favorecidos, expresaba ya en 1960 que la especie humana se había olvidado de ser buen huésped de la Tierra, de cómo caminar ligeramente en ella como hacen sus otras criaturas. Junto a René J. Dubos –el supuesto autor de "piensa globalmente, actúa localmente"–, preparó el informe previo a la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano, celebrada en Estocolmo en 1972, que supuso la primera toma de conciencia global sobre la problemática ecosocial. Aquel documento, todo un hito en el pensamiento globalizador, se publicó en forma de libro con un título premonitorio: ‘La Tierra es única’ (‘Only one Earth’). Este axioma, que se enfatizó en la Cumbre de Río en 1992, se quedó en el imaginario colectivo con aquello de que "no tenemos un planeta B".

Al maltratar y saquear el medio ambiente, estamos socavando nuestras condiciones de vida

Han transcurrido cincuenta años desde entonces. Pero no hemos aprendido la lección de que somos ecodependientes e interdependientes, a pesar de la repetición de sucesos críticos. La especie humana, que siempre estará condicionada por el devenir autónomo del planeta, abusó durante siglos de su arrogada soberanía y buscó en la Tierra el crecimiento sin límites; en las últimas décadas más que nunca. A la vez empieza a darse cuenta de que el supuesto edén soporta alteraciones no imaginadas. Las clases gobernante y mercantil tardan en asimilar esa correlación; están más preocupadas por otros réditos. Incluso ignoran la evidente repercusión del irreversible cambio climático en la salud. Necesitamos mucha inteligencia ambiental para construir otro modelo de vida, que camine dejando menos huellas en el planeta como recomendaba Ward. Lo saben bien 45 millones de médicos y otros trabajadores sanitarios que han urgido, vía OMS, el compromiso de medidas rotundas a los líderes mundiales presentes o representados en la Conferencia sobre Cambio Climático COP26 de Glasgow de esta semana. Ojalá se cumplan esos deseos.

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión