Por
  • José María Serrano Sanz

Cajal y Zaragoza

El legado de Santiago Ramón y Cajal aún no encuentra destino definitivo
'Cajal y Zaragoza'
Heraldo.es

Zaragoza es algo mío, muy íntimo, que llevo embebido en mi corazón y en mi espíritu y palpita en mi corazón y en mis actos". 

Esta frase, que se puede interpretar como una auténtica declaración de amor a la ciudad, fue escrita por Santiago Ramón y Cajal en 1922 y forma parte del discurso que se leyó en el homenaje tributado por la Universidad de Zaragoza con motivo de su jubilación; discurso cuyo original se conserva en el Archivo universitario. Unos meses después -como segunda parte del mismo homenaje- se colocó en el edificio Paraninfo una primera versión en yeso de la espléndida escultura de Mariano Benlliure que preside la escalera principal.

"Jamás olvidaré que Zaragoza fue el magnífico escenario de mis ensueños de mozo y de mis ilusiones y esperanzas de hombre". Esta otra frase, que forma parte del mismo discurso, refleja bien lo que significó la ciudad de Zaragoza en la vida de Cajal, según él mismo: el paso del mozo al hombre. En otras palabras, el escenario donde maduró personalmente y donde se formó intelectualmente. Llegó a nuestra ciudad en 1869, en su propia expresión, un "mozo" de diecisiete años rebelde, pendenciero e indisciplinado que incluso había perdido un curso de sus estudios, y quince años después se marchó convertido en catedrático de Universidad, con su vida profesional y personal encauzada. A pesar de su indudable importancia, es poco conocida la etapa zaragozana de Cajal y muchas biografías han preferido describir las travesuras de la niñez o los éxitos de la madurez, en lugar del complejo proceso de transformación del mozo en hombre.

El año próximo, en el 170 aniversario de su nacimiento y el centenario de su estatua del Paraninfo, será un buen momento para renovar el compromiso que la ciudad
y la Universidad tuvieron con él desde un tiempo muy temprano

Profesionalmente, en Zaragoza estudió la carrera de Medicina, redactó su Tesis doctoral, miró por primera vez a través de un microscopio -lo que cambió su vida-, comenzó a ilustrar sus observaciones con dibujos técnicos que le darían justa fama, publicó sus primeros trabajos científicos y encontró en la histología su vocación. Es más, su gran amigo Federico Olóriz sostenía que cuando salió de Zaragoza "el sabio ya existía e iba a empezar la obra". Es decir, que cuando ocupó la cátedra ya había adquirido el bagaje intelectual que fundamentaría sus éxitos futuros.

Y personalmente, se había casado ya con Silveria Fañanás, a quien describió más tarde nada menos que como la mujer ideal del científico, y habían nacido sus dos primeros hijos. Como el matrimonio se había hecho contra de la opinión del padre, se produjo un distanciamiento que le permitió independizarse de la férrea autoridad que don Justo había ejercido hasta entonces sobre él. No fue solo el matrimonio, sino muchas otras relaciones personales las que anudó en Zaragoza, pues encontró entre sus compañeros de clase, los que serían en adelante la mayoría de sus mejores amigos.

Por último, en los años de Zaragoza, se decantaron las múltiples aficiones que hacen de Cajal un personaje singular y no solo un gran investigador. La escritura no científica, la fotografía o el ajedrez, que tanto le agradaron y a las que tanto tiempo dedicó, fueron cultivadas en ese tiempo y cuando dejó la ciudad ya era un consumado maestro en todas ellas. En cambio, fue aquí donde abandonó "la manía gimnástica", probablemente porque la interpretaba como una continuación de su aire "camorrista" infantil.

El año próximo 2022, en el 170 aniversario de su nacimiento y el centenario de la estatua del Paraninfo, será un buen momento para renovar el intenso compromiso que la ciudad y la Universidad tuvieron con Cajal desde un tiempo muy temprano. No se debe olvidar que la primera calle que se le dedicó en el mundo fue la de Zaragoza, varios años antes del Nobel. 

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