¡Bienvenido, míster Clinton!

Un fotograma de la película 'Bienvenido, míster Marshall'.
Un fotograma de la película 'Bienvenido, míster Marshall'.
HERALDO

'Gori vatra’ (‘El fuego arde’) es la obra más conocida del cineasta bosnio Pjer Žalica.

 La acción se desarrolla en Tešanj, una pequeña ciudad de Bosnia central, en 1997, dos años después de la paz de Dayton. Antes de la guerra, la mayor parte de los habitantes eran musulmanes, pero había una minoría significativa de serbios. Ahora, casi todos los serbios se han ido al otro lado, a vivir con los suyos en la cercana República Srpska. Unos y otros intentan salir adelante y superar el trauma del pasado bajo la atenta mirada de los representantes internacionales. ‘Suživot i demokratija’ (convivencia y democracia) son la clave del programa de recuperación que Occidente intenta impulsar.

La trama de la película recuerda mucho a ‘Bienvenido Míster Marshall’. Bill Clinton, el presidente norteamericano de la época, va a pasar por Tešanj durante una visita a Bosnia y hay que preparar la ciudad para que Clinton vea lo que tiene que ver. Es decir, que la acción internacional está teniendo éxito, que la guerra ha quedado muy atrás y que Bosnia se está convirtiendo en ese país democrático y multicultural que Occidente desearía. Y a ello se ponen las autoridades locales, vigiladas de cerca por el supervisor, un europeo del norte ingenuo y bienintencionado.

En Tešanj coexisten dos mundos, dos niveles de realidad. Está el Tešanj visible, el de los protectores internacionales, un Tešanj que se ha democratizado, que se está recuperando económicamente y del que están desapareciendo los viejos rencores étnicos (aunque, de momento, casi ningún refugiado haya regresado aún). Está también el otro Tešanj, mucho menos visible. El de verdad, el de varios miles de personas que han perdido mucho en la guerra y que buscan seguir a flote como sea. Ambos mundos tienen poco en común, más allá de la figura del alcalde, que intenta que el Tešanj real siga funcionando mientras da a entender a los extranjeros que sus proyectos se están convirtiendo en realidad, que la ciudad ‘progresa adecuadamente’.

Los extranjeros tienen la última palabra en todo, pero no se enteran de casi nada. El jefe de Policía, cabeza de las nuevas fuerzas de seguridad democráticas entrenadas por la comunidad internacional, resulta ser amigo íntimo (y socio) del gángster local. Por su parte, el gángster tiene toda la confianza del supervisor europeo, que lo considera un modelo de hombre de negocios moderno, de emprendedor creativo que ha dejado atrás la herencia de los tiempos socialistas. Y el alcalde, que todo lo sabe y todo lo tapa, teme constantemente por su puesto y por su carrera. «No te preocupes», le dice en una ocasión el jefe de Policía; «los extranjeros son tontos». «Sí», responde él, «pero peligrosos».

‘Gori Vatra’ es una farsa, pero personajes y situaciones están tomados de la vida real y, con pequeños cambios, podríamos reconocerlos en muchas operaciones de paz desarrolladas desde el final de la Guerra Fría. Los internacionales (ocupantes, protectores, supervisores, cooperantes) tienen poder y dinero, pero no acaban de conseguir resultados ‘sostenibles’ (que se dice ahora). Según ellos (según nosotros), por falta de colaboración de la población local y de sus élites. Según los que quieren comprender la realidad y se atreven a mirar debajo de las alfombras, porque no conocen bien el país que de hecho administran. En general, no conocen ni siquiera la lengua local, así que para todos sus contactos dependen de una legión de traductores, cuya visión del país es la que los internacionales acaban asimilando. A ello hay que añadir que en muchas ocasiones los administradores internacionales están insuficientemente cualificados para el trabajo que tienen que realizar y, como lamentaba el general norteamericano McChrystal al analizar la situación en Irak, abundan entre ellos los veinteañeros sin experiencia, que van allí a hacer currículum experimentando en cabeza ajena. Como entre estos representantes internacionales hay bastantes idealistas bienintencionados, algunos de ellos podrían, con el tiempo, llegar a aprender, pero la política de personal que se sigue en estas misiones lo hace casi imposible. Al estar basada en contratos de corta duración y en frecuentes relevos, lo que cada empleado consigue saber al final de su estancia no siempre puede incorporarse al acervo de conocimiento de la organización. Para esta, se trata de un perpetuo volver a empezar, de un día de la marmota sin fin que hace inútil el sacrificio de muchos militares y civiles y que frustra las esperanza de los habitantes, de los que deberían beneficiarse de la intervención.

En la película de Berlanga, míster Marshall pasaba de largo. En la de Pjer Žalica, Clinton hace lo mismo. Y la gente de Tešanj se queda allí, donde ha estado siempre, intentando buscar alguna solución a sus muchos problemas.

José Miguel Palacios es doctor en Ciencias Políticas

Comentarios
Debes estar registrado para poder visualizar los comentarios Regístrate gratis Iniciar sesión