‘Cabeza de hierro’ y otros casos del Jalón

La pareja de la Guardia Civil en un alto del camino.
La pareja de la Guardia Civil en un alto del camino.
CENTRO DE ESTUDIOS BORJANOS (IFC)

Lo llamaban Cabeza de Hierro porque, a pesar de los golpes recibidos, no se le había roto. Era de complexión fuerte, astuto, decidido y peligroso. 

Solía llevar revólver y cuchillo. Actuaba con algún pariente o bien asociado con delincuentes como ‘El Millán’, ‘Alconchel’ o ‘Pepín’. También lo llamaban ‘el Francés’. Y usó, además, su nombre real, Mariano Moliner Sánchez, y los de Pedro Anadón, Pedro Amador, José María de la Cruz y Santiago Iso, que se sepa.

Fue capturado a raíz de un cuidadoso robo nocturno en Ateca: desvalijó el estanco, cuyo concesionario era un médico de la villa. No quería tabaco, sino dinero, sellos de Correos y efectos timbrados que le valieron un sustancial botín de casi 30.000 pesetas. (Juan José Morato calculaba por esos años que, en Madrid, una persona necesitaba al menos 1,5 pesetas diarias solo para comida. El botín fue, pues, cuantioso).

No se sabe bien por qué, quedaron en el estanco unas palanquetas y un revólver. También, una barrena rota y un farol. ‘El Correo Militar’ del 7 de febrero, contó que se había hallado «la maleta» del atracador, con útiles «de forzar cajas de caudales». Al amanecer, unos jornaleros que iban a su labor encontraron abandonados mil reales en moneda menuda, acaso para no llevar peso, y una botella de vino.

El caso no podía quedar impune. Era escandaloso por su monto y significación y por ser el estanco lugar cuasi oficial. La autoridad encargó la captura a un equipo de guardias civiles mandados por el teniente Molina y el sargento Anlló, conocido este por ser padre de cuatro toreros. Buenos sabuesos, averiguaron pronto que Cabeza de Hierro vivía en Madrid, en la calle de Miguel Servet. Pero, dispuesta una discreta vigilancia, se percataron de que el receloso y prevenido caco residía en el piso de su amante, en la calle de Fúcar, confluyente con la de Atocha.

La mujer era Antonia Mostajo y también usaba nombres varios (es probable que se llamara Justa Pastor). Entre otros motivos, para ocultar que había dejado a su marido, un herrero zaragozano, para vivir con Moliner, aventurero granadino, mujeriego, fornido y elegante a su manera: lucía cuidado bigote rubio y vestía americana y bombín.

Los vigilaron desde un local contiguo, pared con pared. Se aseguraron de que dormían, entraron de golpe y los detuvieron. Pero no fácilmente: hubieron de usar las bayonetas para reducir a Moliner. Eran las 4 de la madrugada del 21 de febrero de 1895.

Los hallazgos domésticos fueron expresivos: además de una escala, utensilios de acero y taladros varios, había una vanguardista ‘caja de forzar’ eléctrica. Accionando el motor, de un cilindro de metal salía una delgada lengua de acero que descuajeringaba las bisagras de las cajas fuertes. Los taladros también eran eléctricos, nada de berbiquíes. Muy moderno todo. El cilindro era un invento exhibido en la Exposición Mundial de Chicago solo dos años antes, toda una novedad técnica, siempre que hubiese acceso a la corriente eléctrica (en Zaragoza había comenzado el servicio en 1883). Moliner, pues, estaba tan al día que otros cacos ambiciosos alquilaban sus servicios. Así amortizaba la máquina, que le había costado 4.000 pesetas.

Cuando, al fin, llegó a Ateca detenido, dos mil personas salieron a verlo a la estación, pues ya era famoso en España. Un año después, en juicio con jurado y tras probarse falsas sus coartadas, fue condenado a siete años de cárcel. Se fugó, como solía: ya lo había hecho del presidio de Granada y lo haría también de los de Valladolid, Aranda de Duero y Ávila.

Años después, a punto de ser detenido en Madrid, el 12 de mayo de 1906, disparó a los guardias civiles, a quienes acertó, aunque no letalmente. Una bala de máuser acabó con su vida. Fue en la calle Mira el Río Baja, pegadita al Rastro. Toda una historia.

Docenas de casos, clasificados por géneros, componen la ‘Crónica negra de los partidos de Ateca y Calatayud en el siglo XIX’ (Centro de Estudios Bilbilitanos, 2020), recopilación de F. J. Martínez García , publicación 3.806 de la ‘Institución Fernando el Católico’. Son versiones condensadas de asesinatos, robos, tiroteos, venganzas, timos, motines, suicidios, corrupción política, riñas violentas, chantajes, sucesos o noticias de bandidos (como el Chiripa o Joaquinón). Procede la mayoría de la prensa y las referencias opacas están aclaradas en notas del autor (casi quinientas). La fuente ha sido la Hemeroteca Digital de la Biblioteca Nacional de España, lo que explica la total (y sensible) ausencia de prensa aragonesa.

En el prólogo, dice Carlos Crespo, general de la Guardia Civil, que la debilidad de las instituciones judiciales en Zaragoza se alivió no poco con el despliegue del Cuerpo. Su primer puesto fue el de Longares, en el año mismo de su fundación (1844).

Desde entonces, la Guardia Civil, España y Aragón, han visto de todo. Y lo que les queda por ver.

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