Ideas inmunodeprimidas

'Ideas inmunodeprimidas'
'Ideas inmunodeprimidas'
Krisis'21

La Firma de José Javier Rueda del sábado pasado en esta misma página planteaba unas cuantas preguntas muy estimulantes. 

A mí me sigue rondando por la cabeza su reflexión a propósito de la relación entre cultura y entretenimiento, por un lado, y la tensión entre la cultura "como valor espiritual" y la cultura "inmunodeprimida", por otro. En el fondo, es un viejo debate que tiene varias capas. Una de ellas, quizá la más abstracta, es la oposición entre alienación y conciencia.

Sin entrar en una revisión de autores y obras, cabe sintetizar el tema en dos posturas vitales: o bien atreverse a pensar o bien dejarse llevar sin aspirar a nada más. Lo cual está intrínsecamente conectado con lo que Javier Rueda escribe: "En la sociedad prima el espectáculo frente a la inteligencia; los instintos frente a la razón; la consigna frente al conocimiento". Este diagnóstico encaja como anillo en dedo con este tiempo evanescente e incierto marcado por el miedo. O mejor dicho, los miedos al contagio, a la muerte, a la pérdida de empleo, a la quiebra, a la pobreza, al desahucio y un largo etcétera. En este marco, es fácil caer en lo que llama "drogodependencia emocional" como opuesto al "pensamiento crítico". Porque otra capa de este asunto es, precisamente, la distinción entre la crítica y la sumisión, eso que Étienne de La Boétie describió como "servidumbre voluntaria".

Se han perdido la instrucción pública, la lectura, la escritura y el esfuerzo

Sin embargo, hay otro aspecto más del debate que abre cuando después dice: "Las ideas han dejado de ser consideradas fuerzas capaces de cambiar radicalmente el orden del mundo, como lo fueron en el pasado reciente". Y en esto me quedo con la duda, ¿seguro? ¿Esto es así? Por una parte, comparto el diagnóstico. Basta ver el comportamiento de los grandes medios de comunicación de masas. Las cadenas de televisión y otras formas emergentes distribuidas a través de pantallas ubicuas tienden la trampa y nos consumen el tiempo haciendo negocio en la nueva ‘economía de las emociones’. Se trafica con nuestro excedente conductual y con los datos personales, sin estridencia, regando las mentes de quien se acerca a una pantalla –sea del televisor, del móvil o de la computadora– a base de grandes dosis de ‘infotaintment’; esa combinación perversa de información y entretenimiento. Un modo de producir contenidos, fundamentalmente audiovisuales, que abduce de forma adictiva. Esa es la parte pesimista del asunto.

Se han alimentado la igualdad a la baja y una inclusión segregadora a medio y largo
plazo

Ahora, por otra parte, también queda un resquicio. Justo se encuentra cuando escribe: "La propia cultura, entendida como valor espiritual, exige no rendirse sin dar la cara por ella". Es decir, las ideas, como la poesía, siguen siendo armas cargadas de fuerza y de futuro, parafraseando el verso de Gabriel Celaya. Pero quizá el problema es que no estamos en 1955 y Franco ya está muerto –aunque el sanchismo lo quiera resucitar–. Quizá el problema está en que los distintos gobiernos democráticos –unos por obra y otros por omisión– han destrozado nuestro sistema educativo. Desde la Logse no levantamos cabeza. Se han perdido la instrucción pública, la lectura, la escritura y el esfuerzo. Se han alimentado la igualdad a la baja y una inclusión segregadora a medio y largo plazo. Ahí se encuentra una de las lacras de nuestro sistema social.

Ahí se encuentra una de las lacras de nuestro sistema social

Pese a quien pese, si estamos donde estamos –i. e., en una pandemia de ideas inmunodeprimidas, de sumisión voluntaria y de falta de pensamiento crítico– es porque durante décadas hemos aceptado un modelo educativo –de gusto socialdemócrata– que nos ha traído hasta aquí. Esto sumado a la ‘pantallización’ de la vida cotidiana va camino de convertirnos en meras marionetas. Además, la dimensión espiritual de la vida, de las ideas y de las emociones se ha visto despreciada en un movimiento pendular. Estamos en el extremo donde solo parece contar el valor del dinero, la monetarización de la vida y el materialismo más exacerbado.

No está fácil salir de esta inercia. Pero es posible. El mero hecho de reclamar "el tiempo del saber" es una forma de recordar aquello de ‘sapere aude’. Ese es el virus que hemos de inocular sistemáticamente en nuestra sociedad. Para eso, la mejor forma es apostar por la lectura, la escritura y las matemáticas. Poco más. El resto se da por añadidura.

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