Por
  • Eva Pérez Sorribes

Ministras

Foto de familia del nuevo Gobierno.
'Ministras'
EFE

Digamos la verdad. Engordar el plural y el género en un Gobierno a golpe de ministras -14 de 22– no significa que la igualdad haya llegado por fin a la política y el poder. 

Hoy, ser mujer y tener menos de 50, adorna fotos y barniza a quién decide -casi siempre un hombre- de una pátina de modernidad, renovación e igualdad, pero la etiqueta sigue colgándonos a todas de la nariz, por delante de logros y currículos, que después hay que demostrar y justificar el doble que ellos. Lo explica muy bien Daniel Innerarity en su libro ‘Política para perplejos’ citando investigaciones de Michelle Perrot: "Solo el hombre es individuo, o sea, alguien cuyo género es transparente" mientras que las mujeres nunca dejamos de serlo, para bien y para mal. Romperemos techos de cristal -al margen de lo bien que quedemos en las fotos- porque, además de ser el 50%, llenamos las aulas universitarias y aprobamos con nota oposiciones, pero todavía estamos muy lejos de tocar poder o, como ellos, tejer redes desde el palco de los estadios o mientras se le da al palo de golf, entre otras cosas porque andamos siempre demasiado ocupadas para esto. Pero la verdadera igualdad no tiene género y valora solo capacidades sin prejuicios ni saltos de obstáculos más allá de los que pone la vida para alcanzar las metas. Y para eso todavía queda. Falta eludir la trampa de la imagen y la foto que abre puertas siendo -después y durante- decisivas. Pero cuando esto pasa -que también llega-, molestamos, y entonces las mujeres dejamos de serlo para convertirnos solo, como ellos, en simples individuos o peor, en temidas adversarias.

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