Un nuevo viejo curso

'Un nuevo viejo curso'
'Un nuevo viejo curso'
Heraldo

Parece que llegamos al final. 

Esa luz que comenzamos a ver al final del túnel crece e ilumina ya lo suficiente como para hacernos pensar que sí, ahora sí, podemos y debemos pensar en volver a una normalidad que, nueva o vieja, nos permita avanzar. Pero para lograrlo es imprescindible contar con el concurso de todos. No es momento de que solo los expertos y las autoridades sanitarias nos digan qué hacer. Estamos obligados a volver a ejercer la responsabilidad en nuestras organizaciones más allá de la simple labor coercitiva que se ha adueñado de nuestra vida cotidiana desde hace un año y medio. El momento de trabajar en y para el futuro ha vuelto y no podemos desaprovecharlo.

Todas las sociedades llevamos viviendo un tiempo extraño. Algunos se han erigido en adalides de la defensa de unos derechos que decían vulnerados por las autoridades, aunque todos sabíamos que lo único que cercenaba nuestra libertad era un virus que no distingue entre la libertad individual y el bien común. En el lado contrario, otros han querido evitar cualquier riesgo a base de parar el mundo, sin querer reconocer que la flecha del tiempo no se detiene y siempre apunta hacia adelante. Que todo momento perdido es solo eso, perdido. Sea como fuere, hasta aquí hemos llegado y el éxito del proceso de vacunación nos vuelve a poner delante del espejo.

El tiempo de implantar un modelo universitario para el siglo XXI ha vuelto. El paréntesis de la pandemia está a punto de cerrarse

La universidad española ha sido, y sigue siendo, ejemplo del desconcierto en el que hemos vivido. Se priorizó la no extensión de los contagios entre jóvenes, y se hizo todo lo posible para ello. Pero desde el inicio se ha negado que el gran pagano de estas políticas de aislamiento ha sido nuestra labor docente y, por tanto, los alumnos. Afirmar sin rubor que se han superado dos cursos de forma satisfactoria es, en mi opinión, contar solo una pequeña parte de la verdad. La situación sanitaria ha estado bajo control, pero la formación que se ha podido proporcionar a los jóvenes, tanto en términos de conocimiento impartido, como en competencias adquiridas, dista mucho de lo que debemos pretender como docentes. En muchos casos apenas hemos visto a nuestros alumnos, y la interacción entre ellos ha brillado por su ausencia. Todo lo que rodea a una clase, tutorías, contactos, conversaciones y consejos, relaciones personales y profesionales y todo un etcétera, ha quedado en un segundo plano. Querer continuar como hasta ahora, aunque docentes y alumnos no entendamos el porqué, es seguir en la improvisación en la impartición de clases y en la falta de medios de educación telemática, que exceden a las herramientas de una simple videoconferencia. Las autoridades no han hecho el esfuerzo necesario para fomentar el cambio pedagógico que se requiere para que una determinada disciplina pueda ser impartida de forma telemática con el mismo nivel de calidad que de manera presencial. Los centros que han nacido para la educación no presencial lo saben bien y solo hay que entrar en sus plataformas educativas para darse cuenta de que uno y otro modelo son, pedagógica y metodológicamente, muy diferentes.

El tiempo de implantar un modelo universitario para el siglo XXI ha vuelto. El paréntesis de la pandemia está a punto de cerrarse. Como cualquier carrera que tiene lugar en nuestra sociedad, la posición de partida es un factor que influye notablemente en el desarrollo. No se puede empezar lastrado desde el inicio. Seguimos debatiendo sobre aforos, qué alumnos pueden venir a las aulas y quiénes no. Si las ventanas deben estar abiertas o cerradas. Y, lo que es peor, a esto se le está llamando planificación académica.

Como cualquier carrera que tiene lugar en nuestra sociedad, la posición de partida es un factor que influye en el desarrollo

Nos estamos dejando en el tintero lo importante. España debe afrontar una transición social y económica muy profunda. El modelo energético, las formas de transporte, las necesidades laborales que se exigen a los nuevos titulados, su capacidad de innovación, comunicación, liderazgo y de emprendimiento son muy diferentes de las que a nosotros se nos exigía. Impartir cursos con títulos rimbombantes de dudoso contenido no es la solución. El nuevo viejo curso debe ser viejo, pues la metodología aplicada durante la pandemia se ha demostrado poco o nada eficaz, pero debe ser nuevo porque ya no es posible seguir enseñando lo que nuestros alumnos nunca van a necesitar en su vida profesional. Si no lo hacemos así, el próximo año volverá a ser un viejo curso nuevamente.

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