El caciquismo, agazapado en la ley

'El caciquismo, agazapado en la ley'
'El caciquismo, agazapado en la ley'
'LA CARCAJADA', BARCELONA, ABRIL DE 1872

La ley electoral actual genera desproporción entre votos recibidos y escaños conseguidos. La causa es que asigna dos diputados como mínimo a cada provincia. 

Otra ley, con los mismos votos, podría "configurar de formas muy diferentes un Parlamento". Rasgo también definitorio de la ley española son las listas cerradas, base de la nueva y perniciosa ‘cultura política’ que ha originado una desmedida partitocracia. Carmelo Romero (‘Caciques y caciquismo en España. 1834-2020’, Catarata, 2020) advierte a nuestra desmemoria que "hasta esta ley, todas las demás habían establecido listas abiertas, en las que cada elector podía elegir candidatos de distintas opciones políticas". Cuarenta años de paréntesis borraron todo recuerdo de aquellas leyes.

Hay caciques de varias clases, pero el caciquismo parlamentario anida hoy en el férreo control de la ley electoral ejercido por los partidos políticos

El efecto de esta cláusula es de tal porte que "cualquier reflexión sobre el funcionamiento de los partidos a partir de 1977, sobre su personal político, relaciones entre sus componentes, las de estos con el electorado y las de ese electorado con partidos y candidatos, debe partir de esta característica esencial de las listas cerradas y bloqueadas", novedad de la democracia creada en la Transición. El viejo caciquismo de la compra del voto y la coacción personal sobre el elector queda así sustituido por la lucha intestina en el partido para entrar en la lista electoral. Los principales candidatos quedan de hecho elegidos si la burocracia del partido los incluye en los ‘puestos de salida’, "bastante antes de que los electores depositen su voto".

Los aragoneses Joaquín Costa y Lucas Mallada crearon sendos lemas para caracterizar la decadencia de la España del Desastre (1898). Mallada habló de "los males de la patria". Costa sintetizó la vida política del país en su "oligarquía y caciquismo": el gobierno abusivo de unos pocos, prevaliéndose de la miseria económica y de la ignorancia de sus sometidos, controlados de forma servil y descarnada por los muñidores en cada distrito electoral.

Las leyes electorales determinaban los distritos en que votaban los electores, largo tiempo solo varones, acomodados y alfabetizados. El marco se amplió porque España duplicó en un siglo sus habitantes, el analfabetismo universal pasó a ser del cuatro por ciento, la mujer empezó a votar y crecieron las clases medias. Pero hoy "el 10% de las personas más ricas acumulan tanta riqueza como el 50% de las más pobres, o menos ricas".

La ley electoral sigue siendo un útil formidable para mantener el género de caciquismo parlamentario que nuestro tiempo consiente. Tiñe todo el sistema, aunque no se manifiesta en formas que ya resultan inútiles, como las partidas de la porra (grupos violentos encargados de forzar físicamente la emisión del voto; o de malear su recuento), los pucherazos, las compras descaradas de votos, los muertos que votaban porque seguían fraudulentamente incluidos en el censo, etc.

Eran raras las sorpresas, como escribió Machado en 1912: "Es de noche. Se platica/ al fondo de una botica./ -Yo no sé,/ Don José,/ cómo son los liberales / tan perros, tan inmorales./ -¡Oh, tranquilícese usté!/ Pasados los carnavales,/ vendrán los conservadores,/ buenos administradores / ...de su casa. / Todo llega y todo pasa. / Nada eterno:/ ni gobierno/ que perdure,/ ni mal que cien años dure. /-Tras estos tiempos, vendrán/otros tiempos y otros y otros, /y lo mismo que nosotros/ otros se jorobarán./ Así es la vida, Don Juan. /-Es verdad, así es la vida...".

Algunos de esos fraudes tienen aún presencia residual, pero ya no marcan la tónica dominante.

El persistente caciquismo de la España anterior a la Transición ya no existe, o lo hace en modo residual, pero ha revestido formas nuevas que, si se mira bien, se dejan ver

Anécdotas y viñetas

Cómo fue el caciquismo en el régimen parlamentario español desde la muerte de Fernando VII puede ser explicado de forma solemne y aburrida o de modo riguroso y divertido. Eso hace este ilustrado soriano, profesor de la Universidad de Zaragoza, en un libro serio y bienhumorado, selectivo en los datos y enriquecido con sabrosas viñetas de la prensa política decimonónica. El anecdotario es abundante y entretenido, nada ocioso ni gratuito, porque ejemplifica los mecanismos del control del parlamento en España mediante epígrafes como ‘Mi general, hágame diputado, que ministro ya me haré yo’ o ‘Cangrejos y aves de paso’ (sobre diputados cuneros).

‘La familia’ es un apartado esclarecedor sobre el nepotismo y el cuñadismo (por cierto que aún en pleno vigor), dedicado a los Cánovas (como grupo de allegados y parientes), los Sagasta (asómbrense: han durado hasta Miguel Boyer), los Montero Ríos, los Romanones, los Silvela o los Maura –que incluyen a Jorge Semprún–, con adecuados cuadros genealógicos.

Las muchas viñetas, que no tienen desperdicio, cubren el lapso desde 1872 hasta Forges y el imbatible Chumy Chúmez: "-(El prócer): Yo se lo debo todo al pueblo. - (La gente): ¡Pues devuélveselo!". No ha envejecido.

Romero, en fin, es un ameno narrador, cosa que se agradece.

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