Una plaza para un monumento

Estreno de la plaza de Santa Engracia reformada.
Estreno de la plaza de Santa Engracia reformada.
José Miguel Marco

Tras muchos años de descuido, la plaza zaragozana de Santa Engracia se parecía más a un almacén de chatarrería que a un remanso en torno al que, si no yerro, fue el primer monumento nacional de Aragón. 

No cabía un estorbo más. Atestada de coches y furgonetas, las señales de tráfico llenaban la plaza y ofendían directamente al monumento. La máquina para pagar el estacionamiento estaba en la línea de visualización de la notable fachada plateresca y otro tanto ocurría con la gran cabeza de Costa que forjó Gonzalvo. El cartel de hierro explicativo del lugar, con un texto infeliz, pecaba de lo mismo. Una cabina telefónica inútil, un cerrillo ajardinado que sirvió de base a un reloj tantas veces roto que fue abandonado, farolas puestas como a voleo y, en los últimos años, la adición de cuatro plazas más para dejar autos en la entrada misma de la basílica logró que no pudiera contemplarse despejada, a ninguna hora del día o de la noche.

Densidad histórica

Durante años estuvo avisando HERALDO de esta permanente gamberrada concejil. Era un desdén inaceptable para un ‘lugar de memoria’ excepcional: en Santa Engracia, además de las efigies de Fernando II y la reina Isabel, puestas insólitamente en el exterior para veneración de las gentes, yacen los cronistas de Aragón Zurita y Blancas y viven los recuerdos de los crueles asedios franceses que arrasaron Zaragoza en 1808 y 1809 y la remembranza del obispo Braulio y su ilustrada actividad en tiempos godos.

En fin, los dos soberbios sarcófagos labrados, traídos de Roma, que guarda la cripta del templo son de valor artístico destacado y, además, exponen aspectos ideológicos muy interesantes de la primera cristiandad aragonesa, de cuya existencia no hay pruebas arqueológicas más antiguas que estas. Una cristiandad ya muy romana que, atisbada en los textos a mitad del siglo III de la era, produce en el IV objetos tan valiosos como estos dos.

Desde el punto de vista de los testimonios históricos, la acumulación que atesora el templo de Santa Engracia carece de igual en la capital del Ebro. La santa fue la primera patrona conocida de la ciudad y, desde el siglo XII hasta mediado el XX, presentó la singularidad de estar bajo la jurisdicción del obispo de Huesca, quien promovió su protección legal en 1882.

La capital de Aragón ha resucitado un hermoso panorama monumental perdido, al despejar de cachivaches, autos y estorbos diversos la plaza de Santa Engracia

Un buen trabajo

Hacía mucha falta un plan que tuviese como objetivo adecentar el lugar y restituir a los ciudadanos el paisaje cultural: crear una plaza para un monumento.

Hay quien ha entendido la reforma y quien la repudia sin comprenderla. Un gracioso la ha llamado plaza de San Cemento (no lo hay: el pavimento es de granito), por la escasez de sombra y vegetación. Se advierte que no ha estudiado bien el asunto y se equivoca al imputar al Ayuntamiento acciones de terceros.

En un lugar así, convertido en almacén de quincalla, hay que atender a múltiples criterios, además de al estético o al botánico.

En 2020, la iniciativa partió de Patrimonio (DGA) y el Concejo la recibió bien. Presentó enseguida una memoria a la que la Comisión Provincial de Patrimonio hizo diversos reparos, con el criterio dominante de que había que despejar la vista. El plan municipal varió: se previeron tareas arqueológicas; los árboles pasaron de veinte a nueve, para que nada impidiese la contemplación de la joya plateresca, y por causa parecida se eliminó una fuente. Se creó una zanja de drenaje y aireación, servida por un pozo, para reducir las fuertes humedades de la fachada, con salidas a las calles de Castellano y Hernando de Aragón. Se agruparon las plantas, pensadas las jardineras para aprovechar el agua de lluvia. Los bancos programados en el centro, al eliminarse la mitad del arbolado previsto, se resituaron en busca de mejores sombras, según un modelo, en dos tamaños, cómodo de uso y de fácil mantenimiento. Y, en fin, el subsuelo técnico se renovó del todo.

En otoño de 2020, la oficina técnica municipal que dirige Jesús Giménez tenía los planes listos. Al poco, fueron aprobados por la Comisión de Patrimonio que preside Marisancho Menjón. Y en la primavera de 2021 se ha inaugurado la obra, con un costo razonable y en plazo reducido. Dos Administraciones han cooperado con presteza y voluntad de hacer las cosas bien. El resultado es que han salido redondas.

Una inscripción recuerda a las víctimas de la covid: nada inoportuno, a muy pocos metros de donde, en el siglo XX, apareció el ‘martyrium’ romano que recordaba a Engracia y los Dieciocho compañeros, víctimas también.

Ahora es el turno de la fachada en sí: llena de desconchones, está enferma por la humedad que emite el Huerva, oculto, pero contiguo. La archidiócesis debe hacer algo al respecto, porque la protección del monumento no es cometido del Ayuntamiento, que ha cumplido bien con su parte.

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