Por
  • Javier Sebastián

Los adelantamientos

Foto de archivo de una bicicleta en el campo
'Los adelantamientos'
HA

John LeCarré escribía sus novelas de espías con un bolígrafo, lo sé por una foto suya que tengo colgada de la pared. 

Javier Marías las escribe (no sé si todavía) con una máquina de escribir eléctrica. Tampoco Paul Weller, de The Jam, necesitaba grandes adelantos. Una Rickenbacker y un micrófono. Y ni yo soy capaz de escribir como LeCarré o Marías, ni cantar como Weller, por muchos adelantos de los que dispongo.

Voy en bici a menudo, por algo escribí una vez sobre un ciclista. De carbono. Y me veo patético cuando pienso en los pedazos de hierro que debían de llevar Bahamontes o Eddy Merckx. Me acuerdo de lo que decía el padre de un amigo: "Se trata de hacer deporte y esforzarse, ¿no? Pues si la bicicleta está frenada y encima pesa mucho, mejor. Así haces más ejercicio". Quizás sea una visión un poco exagerada del deporte, pero tenía razón. Pienso en las tartas de manzana de mi madre y detesto la Thermomix. No necesito calzado con goretex para caminar este verano por el Pirineo, ni una camiseta calefactada por si refresca. Ni unas gafas fotocromáticas, de esas que se oscurecen con el sol. Ni un coche que conduzca por mí, ni un reloj que mida mis pulsaciones. No me interesa la realidad aumentada. Tal y como está el patio, prefiero la disminuida. No dudo de la utilidad de todos esos adelantos. Pero presiento que algo se nos está yendo de las manos y que de eso se aprovechan unos cuantos espabilados. Para adelantarnos.

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