"Transformación y resiliencia"

Opinión
"Transformación y resiliencia"
POL

George Orwell (seudónimo de Eric A. Blair) luchó en España como miliciano trotskista.

Luego dijo que, de haber sido más consciente, hubiera combatido con la CNT. Estuvo en la sierra de Alcubierre y en otras partes de Huesca, donde recibió un tiro en el cuello.

Según mi criterio, fue un talento luminoso y algunos de sus escritos (dejando aparte los indiscutidos relatos ‘1984’ y ‘Rebelión en la granja’) son todavía de notable vigencia. No sé cuánto le durará la fama. Cualquier día descubrirán que, por ejemplo, era antiestalinista –se libró por poco de un asesinato ‘fraternal’– y bastante beligerante con los homosexuales. Aunque no pedía su encarcelamiento, como hizo el estalinismo en 1933, Código Penal mediante, los llamaba despectivamente ‘nancies’ –mariquitas– o ‘pansies’ -violetitas-. O sea, que Orwell se la puede cargar y quedarse sin estatuas ni calles, como el genocida Colón, el insufrible fray Junípero Serra y otros de igual ralea, según las sentencias desmesuradas y anacrónicas de los iconoclastas del siglo XXI.

En un breve ensayo suyo, de 1946 (‘La política y la lengua inglesa’) ofrece un catálogo de perversiones y timos (‘swindles’) que se aprecian en la vida pública. A algunos de esos camelos eran las metáforas moribundas (‘dying metaphors’), la expresión pretenciosa y las palabras sin significado concreto. Trampas que tienen el perverso efecto sobre el lector u oyente de impedirle pensar con claridad. En efecto, es difícil ver bien en el interior de un puré verbal. La expresión (‘diction’) pretenciosa la ejemplificaba así: "La consideración objetiva de los fenómenos contemporáneos obliga a la conclusión de que el éxito o el fracaso en las actividades competitivas no muestra ninguna tendencia a ser proporcional a la capacidad innata, sino que hay que tener en cuenta invariablemente un elemento considerable de lo imprevisible". Trasladaba de este modo ridículo un bello párrafo del Eclesiastés (9 11): "Volví la mirada, y vi bajo el sol que no son los más veloces los que ganan la carrera, ni los más fuertes los que ganan la guerra; vi que los sabios no tienen qué comer, que quien es inteligente no es necesariamente rico, y que quien tiene conocimientos no siempre es afortunado".

Un indicio revelador es el rechazo de los verbos sencillos. No se dice hacer, disponer o acabar, sino actuar, implementar o culminar, que parecen lo mismo y no siempre lo son. Nada de recortes: reajustes. Y así todo. Orwell hubiera enloquecido oyendo hablar a la portavoz del Gobierno, que multiplica incluso hasta por tres las palabras precisas, algo demostrable objetivamente. Acceder a lo que la Sra. Montero tiene in mente requiere una labor denodada de desescombro verbal.

Con agudo sarcasmo, Orwell subraya que la crítica artística es proclive a la hojarasca, cosa que se detecta enseguida. "En la crítica de arte y literaria, es normal encontrar largos pasajes que carecen casi por completo de significado (...) Cuando un crítico escribe: ‘La característica más destacada de la obra del Sr. X es su cualidad de viva’ y otro: ‘Lo que más llama la atención de la obra del Sr. X es su peculiar mortecinidad’, el lector lo acepta. Pero si se tratara de palabras como blanco y negro, vería de inmediato que el lenguaje se está utilizando de forma inadecuada".

Saber con exactitud y precisión de qué se nos habla desde arriba es hoy mucho más
difícil de lo que debiera y por eso es obligado mantener una despierta vigilancia

‘¡Fascista!’

A Orwell le parecían usos poco honrados afirmaciones usuales en los años cuarenta del tipo ‘el mariscal Pétain era un verdadero patriota’ o ‘la prensa soviética es la más libre del mundo’, hechas "casi siempre con intención de engañar". Y recomendaba agudamente vigilar el uso de términos como clase (social), totalitario, progresista, burgués reaccionario e igualdad.

¿Y en política? "La palabra fascismo no tiene ya ningún significado, salvo en la medida en que significa ‘algo no deseable’. Y las palabras democracia, socialismo, libertad, patriótico, realista, justicia, tienen cada una varios significados diferentes que no pueden conciliarse entre sí". Por eso, quien defiende a un régimen, el que sea, lo califica de democrático. Añado: si usted no lo es, pero lo tildan de fascista por discrepar, está ante un demagogo avieso o ante un bocazas sin argumentos. Vigilemos eso, es un detector. Orwell ya lo había percibido en 1946.

No hace muchos meses surgió el lema ‘redondeado’ de que era necesaria una ‘Nueva Normalidad’ a la par que la ‘Reconstrucción’ de España. Inducía ello a pensar en remodeladores y reconstructores de un país anormal y destruido. Daría un Potosí por oír comentar a Orwell semejante timo, que parece hijuela de la ‘neolengua’ creada para su novela ‘1984’, pero parida por un burócrata liante y tirando a lerdo.

La última novedad, de nombre inaguantable, ya no trae Reconstrucción, sino un ‘Plan de Transformación, Recuperación y Resiliencia’. Qué caro. Su generador, el Dr. Sánchez, finge creer que durará hasta 2050. Qué cara.

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