Por
  • Jesús Morales Arrizabalaga

Madrid, hecatombe y expiación

Opinión
'Madrid, hecatombe y expiación'
POL

No ha decepcionado. La última escena del proceso de elecciones a la Asamblea de Madrid se ha movido en la escala retórica mantenida durante estas semanas. 

Ha sido otra campaña de diseño: los que antes hubiésemos llamado políticos ‘de raza’ van siendo gradualmente sustituidos por mediadores telegénicos, de los que únicamente se espera que presten su apariencia para ejecutar esa especie de algoritmo político que impone qué palabra debe usarse y en qué momento exacto produce su mayor efecto.

Vivimos campañas de argumentario: listas muy cortas de palabras que se van a repetir, proceda o no su uso. Con esta estrategia no hace falta desarrollo doctrinal; de hecho es probable que un pensamiento elaborado molestase.

Lo que debía ser una convocatoria regional en que se valorasen propuestas de gestión, mutó en campaña general, y la confrontación se llevó al núcleo mismo del sistema. Como el empobrecimiento del discurso nos ha dejado escasos de recursos analíticos y expresivos, alguien decidió empezar a liquidar nuestro patrimonio político nacional. En ausencia de una reflexión de diario, se planteó como el combate final. Se sacaron al tablero las piezas mayores: libertad, democracia, igualdad, justicia, educación, lo público, fascismo... Conceptos ‘de carga’ a los que debiéramos dedicar un esfuerzo de reflexión sostenido porque han envejecido y se han desgastado, pero uno a uno, y sin urgencia. Como núcleo de nuestro modelo de convivencia y gobierno, merecen respeto y manejo cuidadoso. Emplearlos banalmente en un debate local es como utilizar el vestido de boda de Diana Spencer para ir a comprar al mercado central.

Tengo que reconocer que las palabras dominantes para describir el resultado han mantenido el mismo nivel de grandilocuencia. Destaco ‘hecatombe’ y ‘expiación’. Nada menos. En clave humilde.

La campaña y los resultados de las elecciones autonómicas en Madrid no solo se han vivido en clave de política nacional, sino que han servido para desplegar una panoplia de conceptos grandilocuentes, como si se tratase de un enfrentamiento épico y decisivo

Tiene su gracia que el discurso de la derrota de un candidato ostentosamente laicista, se base en un concepto de religiosidad pagana –expiación– que se convirtió en principal en las religiones judeocristianas. La sangre purificadora, la sangre salvífica; para equilibrar la impiedad humana, al tiempo que para suplicar la piedad de los dioses. La pascua.

Creo que solo recurre a esta metáfora alguien que tiene de sí mismo una imagen de héroe-mártir (que no andan lejos): héroe, si su súbita irrupción en la batalla decanta una victoria improbable; mártir, si paga con su persona la defensa de la pureza de sus ideas. Alguien humilde, como Octavio Augusto, denominado primer servidor de la república, pero también ‘divino’. Tanto llamar a la república, Iglesias se ha transportado a un ara sacrificial en una… pero la romana. Pese a su expresión siempre grave, la escena en que lo imagino no es del ‘Julio César’ de Mankiewicz, sino del ‘Golfus de Roma’ de Lester.

‘Hecatombe’ ha sido término frecuente en los titulares. Se mueve en el mismo campo: salvación mediante el sacrificio de muchos. Hecatombe de Ciudadanos, para purgar los pecados políticos de su fundador, Rivera; de los socialistas madrileños, que pese a haber dispuesto de las armas ganadoras que les llegaron desde la Moncloa, fracasaron en su objetivo de contener ese fascismo que se palpa en las calles.

Los líderes telegénicos tienen asesores y aduladores, pero no tienen amigos. Ni soportan enemigos. Si tuviesen amigos observarían el triunfo ejemplar de Mónica García y les dirían que incluso el votante de derecha asume la existencia de un discurso de izquierda; que el origen del rechazo radical y movilizador no es por tanto el contenido, sino el tono irritante y permanentemente enojado; que la acritud es mérito propio de su frente de la frente fruncida. Que las ideas políticas necesitan voceros, no boceras.

Esta campaña de diseño ha abierto las costuras de las formaciones y partidos de diseño. Hace falta algo más que una docena de ideas fuerza. Un partido político necesita una decantación doctrinal que permita tomar posiciones ante los constantes dilemas que plantea una acción de gobierno; un repertorio de conceptos y valores actualizados y afinados. Es un capital muy valioso; no se puede malbaratar.

Según parece, si se dispone de los medios necesarios es posible ganar unas elecciones. Conquistar el cielo por asalto es una cosa, gobernar como los dioses, con sabiduría y justicia, otra.

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