Maldito sea

Opinión
Manuel Giménez (d.) y Carlos Iturgaiz a su salida de Heraldo el 27 de abril de 2001
José Miguel Marco

El jueves, 6, se cumplen veinte años del asesinato de Manuel Giménez Abad por el terrorismo vasco. 

Las circunstancias de su muerte son particularmente viles y prueban por sí solas la autoría etarra del crimen: fue abatido en presencia de su hijo menor, Borja. La organización asesina había hecho otro tanto en 1986 con la exdirigente etarra ‘Yoyes’ González Catarain, que llevaba de la mano a Akaitz, su hijo de tres años.

La última vez que departí con Manuel era difícil imaginar que le quedaban nueve días de vida. Presidía el PP aragonés desde febrero. Su partido encontraba en Aragón fuertes resistencias de toda clase al trasvase del Ebro, apuesta que José María Aznar había asumido como un reto personal para remediar taumatúrgicamente los complejos problemas de la escasez de agua en parte de la España peninsular. La oposición jugaba fácilmente a la contra de ese tajante planteamiento.

Por otro lado, en el País Vasco se esbozaba una posibilidad verdadera de gobierno constitucionalista, basado en el compromiso del PSE y del PP de ajustar cuotas de presencia y pactos programáticos tras conocerse el resultado electoral. Estuvo a punto de suceder, gracias a la firmeza con sus organizaciones centrales de Redondo Terreros y Mayor Oreja. Pero los nacionalistas formaron gobierno con la alborozada ayuda del incalificable Javier Madrazo, que cedió al nacionalismo los tres escaños de IU a cambio de una cartera vergonzante.

El 27 de abril faltaban quince #días para aquellas elecciones vascas. Carlos Iturgaiz, presidente del PP vasco, tuvo la idea de abrir la campaña electoral en Zaragoza, elegida por la importancia cuantitativa de sus residentes vascos y, en consecuencia, del voto postal. Manuel le ofreció toda la ayuda disponible, con una frase muy suya, del todo abierta a los amenazados por los matarifes abertzales: «Cada sede del PP en Aragón es una oficina electoral del PP del País Vasco y de cualquier partido democrático que sufre la falta de libertades que ETA y su entorno pretende imponer a toda la sociedad».

Jurista, profesor, letrado parlamentario, consejero independiente y, en fin, militante de partido, ese ofrecimiento mostraba una de las facetas más valiosas de su actitud pública: amparo a quien lo requiriera, propio o ajeno. Militantes aragoneses viajarían, además, al País Vasco en el último tramo electoral, para confortar a sus correligionarios amenazados.

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Un rato antes, habían llegado a HERALDO los dos, junto con Javier Arenas, secretario general del PP, enviado por la central de la calle Génova a la apertura de campaña. Se dividieron la tarea: Arenas se reunió con la presidenta, el vicepresidente y una consejera (hoy presidenta) de la empresa, pues la línea editorial era muy dura con los planes hidráulicos (más que hidrológicos) de Aznar; e Iturgaiz y Manuel hablaron conmigo.

Se compungía uno al oír los sucesos vascos de boca del líder de los ‘populares’. No era solo análisis político, sino relato del miedo -que vencían con silencioso y exigente valor personal- y del serio pesar que le causaban las conductas de los ‘burukides’ aranistas (Arzalluz, Egibar, Ibarretxe), apoyados en los votos batasunos.

Hablamos, después, del agua. Manuel tenía cosas que aportar al abrupto enfoque de Aznar y se había dado un plazo para lograr esas mejoras: dieciocho meses.

También, de la reforma del Senado, que debiera iniciarse no con una reforma de la Constitución -podría dañar a Aragón, por el número de habitantes-, sino con cambios en su reglamento, por vía de consenso con los defensores de la Primera Ley.

Se acababa el tiempo acordado. Dolorido por el relato de Iturgaiz y confiado en que Manuel me permitiría la indiscreción, le pregunté por qué no había solicitado escolta, cuya ausencia creaba malestar a sus conciudadanos. «Con la escolta crearía un problema más», replicó, irónicamente.

Un verdugo entonces anónimo -la Guardia Civil sabe su nombre desde 2014; y, ya preso, Borja Giménez lo identificó judicialmente en París, en octubre de 2018- mató a Manuel de tres tiros en la cabeza. Fue el 6 de mayo.

Aragón se echó a la calle, consternado e indignado. Además de otras cosas, Manuel era un diputado electo. Llegaron los políticos principales: Aznar, Rodríguez Zapatero, Rudi, Aguirre... Y las condenas, en tropel, de la Unión Europea y de su Parlamento, de Washington, París, Berlín, del Consejo de Europa...

El 7 de mayo, al día siguiente del asesinato alevoso por ETA de Manuel Giménez Abad, los aragoneses llenaron las calles con callada y perceptible indignación

El 7 de mayo, Iturgaiz había dicho a nuestra redactora Picos Laguna, en los pasillos de una enlutada Aljafería: «Esta es la sorpresa que nos tenía preparada Otegi». Otegi, apoyo inexpiable del actual Gobierno. Inolvidable en Aragón.

El jueves, habrá, por vigésimo año, un ritual cívico en memoria de Manuel. La Aljafería, altavoz de los aragoneses y sede de la Fundación Manuel Giménez Abad, volverá a enlutarse por este hombre valioso del que nos privó el terrorismo vasco. Maldito sea.

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