Por
  • Borja Giménez Larraz

El independentismo en Bruselas

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Salón de pleno del Parlamento Europeo en Bruselas.
Stephanie Lecocq / Reuters

Los estrategas del llamado ‘procés’ siempre tuvieron claro que si un día querían que Cataluña fuese un estado independiente debían lograr el reconocimiento de la comunidad internacional. Aquella partida se jugaba fuera de las fronteras españolas. 

De ahí la creación de Diplocat y esa desorbitada red de ‘embajadas’ puestas al servicio del independentismo, que no de los catalanes. De ahí esa sobreexposición permanente en medios de comunicación extranjeros difundiendo victimismo y muchas mentiras.

En ese objetivo de internacionalización del ‘procés’, la Unión Europea jugaba un papel crucial. El independentismo confiaba en encontrar en las instituciones europeas comprensión y empatía hacía su causa. Han recibido lo contrario, lo que los ha hecho transitar de un militante europeísmo a posiciones euroescépticas, si no eurófobas.

Primero fue la Comisión Europea. Durante los últimos quince años ha dejado claro una y otra vez que una región de un Estado que se independiza no pasa a ser un nuevo Estado miembro de la UE, sino un ‘tercer estado’, en contra de las tesis defendidas por el independentismo. Desde un punto de vista más político, sus dirigentes se han venido mostrando críticos con el nacionalismo y el secesionismo. El expresidente Jean-Claude Juncker advirtió en diversas ocasiones contra «el veneno» para Europa de unas ideologías que sólo traen fractura y división.

El independentismo ha construido su discurso en torno al llamado ‘derecho a decidir’ de Cataluña. Lo que viene a ser el derecho de autodeterminación. Un derecho de apariencia democrática pero que encierra muchas aristas y que puede desembocar en decisiones que chocan plenamente con los valores democráticos. En noviembre de 2020, el Parlamento Europeo votó una enmienda presentada por ERC en la que se señalaba que «todos los pueblos de la Unión tienen el derecho de libre determinación, en virtud del cual pueden establecer libremente su condición política». Fue rechazada con 487 votos en contra, 37 abstenciones y 170 votos a favor.

En lo que llevamos de 2021, el independentismo también se ha llevado dos importantes golpes. En enero, el Parlamento Europeo daba luz verde a una propuesta que pedía que la euroorden fuera aplicada de forma automática a los responsables de delitos de sedición, con lo que se evitarían casos de impunidad como los de los políticos catalanes prófugos de la Justicia española. Y el 9 de marzo, el Pleno de esta misma institución levantaba la inmunidad parlamentaria de Carles Puigdemont y los dos exconsejeros que hoy son eurodiputados; se despejaba así el camino para que puedan ser extraditados y juzgados.

Estas decisiones del Parlamento Europeo han tenido algo en común. Todas fueron respaldadas por una amplia mayoría. Las tres principales familias políticas europeas, el Partido Popular Europeo, los Socialdemócratas y los Liberales apoyaron unas decisiones que respaldaban de manera firme la democracia y el Estado de derecho en España y que quebraban sin contemplaciones el discurso del independentismo catalán. Ese apoyo expresa de forma nítida la soledad del secesionismo en las instituciones europeas.

Sus apoyos en Europa son pocos y los definen de forma cruda. Han logrado poner de acuerdo a partidos de extrema derecha y de extrema izquierda, a los que lo único que les une es su deseo de polarizar y enfrentar a la sociedad. También su animadversión a la UE. Destacan Nigel Farage, artífice del ‘brexit’, Matteo Salvini, líder de la extrema derecha italiana o Pernando Barrena de EH Bildu, condenado por la Audiencia Nacional por actuar subordinado a ETA, y que se ha convertido desde que Puigdemont llegó a Bruselas en algo así como su lugarteniente.

La UE nació tras las dos guerras mundiales del siglo XX con el anhelo de poner fin a décadas de sufrimiento. Guerras, alimentadas por un nacionalismo que prendió hasta envenenar de odio a demasiados europeos. El proyecto europeo propugna unos valores y principios que se contraponen radicalmente a los fundamentos del secesionismo. Por eso, hoy en Bruselas, a pocos les extraña que las proclamas independentistas suenen huecas y que sus líderes vaguen solos y enrabietados por los pasillos de las instituciones.

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