Por
  • Javier Lacruz

Jugar

Opinión
'Jugar'
Pixabay

A la sociedad se le ha olvidado jugar. 

En la época de la corrección política en el lenguaje, de la proliferación de las ‘fake news’ y de la virulencia del pensamiento conspiranoico en la vida cotidiana; del frentismo ideológico y, por ende, del odio en mano como escalpelo quirúrgico en la vida política; de la banalidad de los eslóganes de autoayuda en las estrategias terapéuticas espirituales y sus almibaradas versiones de positivismo huero, de gimnasia mental pasiva y de eslóganes estériles emitidos por intrusos de feria y ‘coaches’ de la felicidad en la vida psicológica, al humano se le ha olvidado jugar.

Nietzsche, en ‘Ecce homo’ (1888) –su último libro, escrito a los cuarenta y cuatro años–, ofrece la palabra salvífica que nadie ha querido escuchar. Ni en el siglo XX ni en el siguiente. En Turín, eufórico y ensimismado, antes de enloquecer y de ser ingresado en un manicomio en Jena, escribe una suerte de autobiografía en la que, además, repasa su pensamiento en un recuento de toda su obra anterior. Le escribe a su amigo y amanuense Peter Gast: "El día de mi cumpleaños he comenzado otra cosa que parece lograrse y que se halla ya bastante avanzada. Se titula ‘Ecce homo’ o ‘Cómo llegar a ser lo que se es’. Se trata, con gran audacia, de mí y de mis libros". Nietzsche –o cualquiera de sus ‘alter ego’: Dioniso, Anticristo, Zaratustra– anota: "No conozco ningún otro modo de tratar con grandes tareas que el juego: constituye, como indicio de la grandeza, un presupuesto esencial".

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