Antonio Torres, escultor desatendido

Opinión
'Antonio Torres, escultor desatendido'
Heraldo

El día 24, Heraldo de Aragón informó que se restauraba la fachada del colegio público Joaquín Costa de Zaragoza, alzado en 1929, edificio escolar extraordinario, ideado por M. Ángel Navarro (hijo de Félix: Mercado Central, 1903), autor también del Centro Aragonés de Barcelona, de la Casa Palao (Sagasta) y del actual Teatro del Mercado, ambos en Zaragoza.

Protegido por la ley aragonesa del Patrimonio Cultural, nació del sentimiento de deuda que Zaragoza experimentaba con la memoria del león de Graus. Hubo en 1911 un masivo duelo popular e institucional, al que se sumaron, de mejor o peor gana, incluso quienes lo tenían por persona atrabiliaria y descontentadiza.

Antonio Mompeón, hombre fuerte de Heraldo, propuso al Ayuntamiento erigirle el monumento que, verosímilmente, más hubiera satisfecho al político montisonense: un colegio concebido según las más depuradas tendencias de la enseñanza europea. Por descontado, público. El 1 de febrero de 1921 –y así lo recordó hace unas semanas el servicio de Documentación de este diario–, una comisión municipal presentó al pleno "un dictamen informando favorablemente un escrito de D. Antonio Mompeón Motos, referente a la moción del señor [De Gregorio] Rocasolano sobre la construcción de un grupo escolar". Es interesante: "En vista de que la cooperación de las personas pudientes no ha respondido, el señor Mompeón propone que se acuerde crear [a cargo del presupuesto público] un nuevo grupo escolar que lleve el nombre del insigne patricio Don Joaquín Costa". Se inauguró ocho años después y probablemente no había otro complejo educativo mejor dotado de servicios y con más prestancia material en nuestro país.

Navarro ideó una especie de palacio para acoger a los escolares y a sus maestros. Se reconocen regustos aragoneses y, en general, predomina un estilo de sobrio clasicismo, adaptado a las notables proporciones del edificio: asombró a los vecinos que aquella escuela para niños más bien pobres (se les daba de comer y había parvulario) pareciera una mansión regia. Su gran rotonda de acceso era, y es, insólita en un recinto escolar. Aquella Zaragoza, con tantas limitaciones como padecía, había ido erigiendo construcciones educativas señeras. Así, las Facultades de Medicina y Ciencias (Magdalena, 1893; hoy, Paraninfo) o el Colegio Gascón y Marín (De Yarza, 1919).

Las esculturas cuya restauración reprodujo este diario hace unos días, fueron obra de Antonio Torres Clavero. Estudiado por Castillo, Gil Imaz y Ara, ni calle tiene, olvidado como está.

Se formó con Dionisio Lasuén, Carlos Palao y Aniceto Marinas (con este, en Madrid). Su obra más lograda está en la fachada principal del Pilar, esculpida según el plan de Ríos Balaguer: pasó Torres casi un decenio años labrando las estatuas de tres metros y medio. Ocho santos aragoneses (Santiago, por adopción), de los que solo Vicente de Paúl es de Félix Burriel, a ruego de los padres paúles. Hechas en piedra de Pitillas, son piezas muy dignas, academicistas, adecuadas al significado de un edificio tan simbólico: Calasanz, Engracia, Valero, Braulio, Vicente mártir, Santiago, Isabel y Vicente de Paúl.

El último propietario mercantil (no intelectual) de la Gran Enciclopedia Aragonesa la reeditó suprimiendo frívolamente las firmas en los artículos. Esa desvergüenza hizo anónimos todos los textos, incluido este, de M. Pérez Lizano: "Como escultor, Torres domina todos los secretos del oficio. Con un sentido rotundo del volumen y una marcada fuerza expresiva, siempre dentro de un tono clásico, tiene inclinación por la perfección física y por los rostros de serena belleza, tanto femeninos como masculinos". También son de Torres los ángeles de las puertas y los que portan el escudo del Pilar en el centro de la fachada. Y hay un friso suyo visible en el edificio carmelita junto a la Puerta del Carmen.

Volvamos al Colegio Costa. Los niños de la fachada (grandísimos si se pone uno a esa altura) dan vida a las alegorías de los saberes humanísticos y científicos, a los teóricos y a los aplicados: allí se ve a Cervantes y a Minerva. Sobre todo ello, campea el airoso león de Zaragoza. Ojalá las otras fachadas del edificio, llenas de desconchones, recibiesen la misma atención.

La restauración, por razones de seguridad, del frontis esculpido por Antonio Torres en el Colegio Joaquín Costa debería tener continuidad en las restantes fachadas

Estrambote rufiánico

Leo y oigo varias veces que un tal Marc Fradera alaba enfáticamente, en un tuit, a Gabriel Rufián como político brillante, ejemplar, que dice verdades como puños, y habla con reposo... Se ha difundido mucho que Fradera es un alias del propio Rufián. No. Fradera existe y ha aclarado la duda. Es que iba de choteo: "No conec de res al Gabriel, i simplement el que vaig fer era una ironia (...)". Rufián, que empezó como ruidoso payaso parlamentario y ahora ejerce como estadista improbable, se tiene ganada una aclaración así. El elogio era de broma.

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