El político inerrante

José María Aznar y Pablo Casado participan en el coloquio "España, Constitución y libertad. 1996-2004, un análisis",
José María Aznar y Pablo Casado participan en el coloquio "España, Constitución y libertad. 1996-2004, un análisis",
FERNANDO VILLAR

En 2015, el primer ministro británico, Anthony Charles Lynton (Tony) Blair, hizo dos declaraciones de raro interés. En la primera, el 2 de septiembre, aseguró que el traspaso de poderes a Escocia y Gales (en suma, creación de sendos parlamentos) habría requerido del Gobierno «mantener culturalmente muy sincronizadas a Inglaterra, Escocia y Gales», en pro de la unidad del Reino Unido. El 24 de octubre reconoció la comisión de errores en Irak, a partir de informes de inteligencia de 2003 que no eran buenos, porque fueron aprovechados por el salvajismo furioso del Estado Islámico (Isis). De ello hace (solo) seis años. Blair, político orgulloso y con un fuerte perfil de liderazgo, reconoció que era falible, tanto en asuntos internos como en un peligroso conflicto armado.

José María Aznar López es persona con un alto concepto de sí mismo. Cuando gobernó España, lo hizo bien con el paro y con la banda terrorista ETA, aunque no tanto que no queden zulos por descubrir, docenas de asesinatos sin resolver y perdones sin pedir. Es evidente que se equivocó burdamente con el prestímano Pujol y su nacionalismo reptante –o reptiliano–, lo que España (y, sobre todo, los catalanes) sigue y seguirá pagando caro.

Pues bien: una de las cualidades prodigiosas de José María Aznar –por la cual, además de admiradores y partidarios, tiene cultores incondicionales–, es que, veinticinco años después de su llamativo triunfo electoral en España, y a diferencia de otros vencedores (como Blair o Felipe González), sigue sin reconocer haber cometido un solo error en su gestión. Ni uno.

Es bíblico. Quiero decir que, al igual que la Biblia, disfruta de inerrancia: es inmune al error, por propia naturaleza no puede equivocarse. Cierto que, en el siglo XVII, Baruch Spinoza ya defendía extender la libertad de pensamiento a la interpretación del texto bíblico. Pero el tipo era un auténtico hereje.

Las fechas de la conmemoración victoriosa de Aznar coinciden con uno de sus no errores: otro procesamiento más de Rodrigo Rato, principal protagonista de la política económica del expresidente del Partido Popular. Pura casualidad.

Hay que reconocer que no abundan ejemplos de coherencia tan sumamente consistentes como los que da don José María. Sin fallos. Sin dudas. Sin vacilaciones. Todo aciertos. No erró con Pujol; ni al designar sucesor a Rajoy, ni al abroncarlo luego un día sin otro; ni yerra al aconsejar a Casado actitudes que están ahora muy lejos de lo posible: así, aunar las fuerzas conservadoras de España en un momento en el cual la gama completa de la derecha nacional española (como proyecto unitario, o asociativo, o como estrategia compartida, o lo que fuere) está descabalada sin remedio. Al menos, en estos momentos del ciclo político.

Entre tanto, la criatura que funge en sustitución de Torra, un esquerrista llamado Aragonès, pide remediar las causas de la violencia desatada en Barcelona, defiende épicamente la libertad de expresión y otros valores inmarcesibles de su fe y no dice nada de los profesionales ‘borrokas’ que se hacen con las calles de la segunda ciudad española, con la monserga de defender al famoso rapero, un narcisista condenado por sus aficiones a la agresión de personas físicas.

La inacabable comedia independentista y las tensiones entre el pospujolismo, el esquerrismo y el cupismo (¿se dirá así?) originan un mercadillo de saldos en el que descuella con ventaja el descaro oportunista de Laura Borràs: visita en presidio al héroe rapero y lo asciende a «preso político», como si fuera el mismísimo Junqueras o uno de los Jordis y demás adalides de la libertad del Principado. Cuya situación, por cierto, era descrita como de «postración» por el veterano diario del conde de Godó (editorial del 28 de enero: qué arrojo).

Volvamos a la inerrancia. La de la Santa Biblia era absoluta, pero dejó de serlo hace un tiempo, o se entiende de otro modo. Y no es igual ese modo según las diversas confesiones cristianas. La Iglesia católica entiende hoy que la inerrancia bíblica consiste en que las Escrituras, en su conjunto, no presentan error propiamente religioso, aunque el autor bíblico en cada época suscribiese ideas que la ciencia ha probado falsas, inveraces o superadas. El quid es que la Biblia no pretende informar al lector sobre la ciencia, sino sobre la salvación del ser humano. «Dios, en la Sagrada Escritura, ha hablado a través de los hombres a la manera de los hombres» (Vaticano II, 1965, Dei Verbum 12). Quizá sea eso lo que hace el señor Aznar en lo que le compete.

Y tiene, como muchos otros, razón en algo que sintetizaba así V. Orcástegui : «Es muy difícil dar por cerrada esa negra historia cuando es el mismo Gobierno el que busca el apoyo de los herederos de ETA».

Coda científica

Darío Gil, murciano, vicepresidente de IBM, asegura que faltan científicos en los gobiernos. No lo dirá por el de España. Un vicepresidente adjudica la teoría de la relatividad a Newton y la ministra portavoz afirma que el agua y la sal no pueden mezclarse. Hay gente, como el Sr. Gil, que nunca está contenta con nada.

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