Las elecciones autonómicas del próximo domingo habrían de servir para enderezar el rumbo de la política catalana, priorizando la lucha contra la pandemia y la construcción de un modelo de recuperación capaz de superar la grave crisis económica. Cataluña, donde el apoyo al secesionismo continúa retrocediendo, tiene ante sí una nueva oportunidad para mirar al futuro sin exclusiones ni sectarismos -amparada por la Constitución- y bajo la idea de contar con un Ejecutivo autonómico sensible a las muchas exigencias que reclama la lucha contra la covid-19.

Ignorar que lo que ocurre en Cataluña trasciende a la misma realidad catalana para colarse en la política nacional sería tanto como negar la preocupación con la que se mira a las elecciones del próximo domingo. Con la incógnita de la participación y los problemas que se están registrando en la formación de las mesas electorales, los catalanes están llamados a las urnas en un clima de máxima excepcionalidad, aquejados por una pandemia que reclama la existencia de un gobierno sólido y valiente en la definición de las prioridades. El independentismo catalán, que continúa encallado en un particular bucle y enfrentado entre sus diferentes corrientes, debería hacer un esfuerzo de responsabilidad que le hiciera olvidar su voluntad secesionista. La campaña electoral, que ha contado con la presencia activa de los condenados por sedición gracias a un nuevo desafío de la Generalitat al Tribunal Supremo, se registra aquejada por múltiples cuestiones, aunque la primera de ellas es la que hace mención a los acuerdos postelectorales. Según la última encuesta publicada por HERALDO, el 14-F abriría dos escenarios: tripartido de izquierdas o un nuevo frente independentista. Sea lo que fuere, los catalanes tienen ante sí una nueva oportunidad de recuperar la senda constitucional del entendimiento y la convivencia.